¿Valió la pena luchar?

¿Valió la pena luchar?

ÁNGELA PEÑA
No lucharon buscando recompensas ni reconocimientos de la posteridad. Creyeron en un ideal, quisieron ver la Patria libre de dictaduras, protectorados, injerencias, y se entregaron en cuerpo y espíritu, con pasión y denuedo, a defender la causa de la libertad, de la dignidad, el decoro de los dominicanos sin importar los riesgos, desafiando balas, enfrentando calieses y delatores, oponiéndose a tiranos, renunciando a ver la luz del sol, al abrazo cálido de sus compañeros y compañeras, al cariño de los hijos para afianzarse en la búsqueda de la identidad, para lograr la difícil empresa de ser libres.

Sobrevivieron a sus compañeros de batallas y si se les consultara hoy, tal vez muchos confesarían que hubieran preferido haber caído, inmolarse, ser mártires antes que los infelices seres humanos que son ahora, olvidados frente a la indiferencia de una sociedad desagradecida, viviendo en la pobreza extrema o en la indigencia absoluta, porque, lamentablemente, han sido distintos a muchos otros compañeros de ideales que aún viven, pero que han sacado beneficio de sus «heroísmos» y se han montado en el tren de la corrupción y el oportunismo.

Da pena, por ejemplo, vivir el cuadro patético de la familia de Yolanda Guzmán, la heroína de abril que antes fue ángel guardián, samaritana, hermana de la caridad, que se desvivió por los humildes, las madres solteras, los perseguidos ocultos por la represión. Nadie, ni siquiera los miembros del Partido de que fue fundadora, se acerca por esos predios desvalidos donde una madre se desespera ante el dolor de una hija retrasada, otra inválida, dos desempleadas, una de ellas recién despedida del empleo público que representaba el necesario sostén de ese hogar en desdicha. La madre es un cúmulo de achaques, impedida de caminar  por la incurable erisipela de sus piernas hinchadas.

¿Y qué decir de don Pipí Ortiz, el legendario revolucionario antitrujillista, soldado de Cayo Confite, promotor en el exilio de las atrocidades del Trujillato que envejece solo, olvidado, ahogándose en sus propios orines en una inmunda vivienda de San Pedro de Macorís donde el tiempo consume sus magras carnes, aunque los años, las penurias, el abandono, no le han quitado lucidez ni variado su postura firme, el ímpetu rebelde?

¿Y Jorge Puello Soriano (El Men), esa reserva de moralidad, modelo de pureza e inquebrantables principios, casi ciego, perdido en su soledad, sintiendo, ya octogenario, las secuelas de las torturas trujillistas y los golpes inmisericordes del balaguerato?

El caso público más reciente de la indiferencia nacional es la conmovedora situación de don José Antonio Núñez Fernández, enfermo, escaso de la vista y de dinero, que siente correr los días sumido en la depresión a causa del sufrimiento que le causa  la vida solitaria, el dolor de sus padecimientos, la ausencia de sus «amigos». Hoy casi nadie recuerda sus hazañas revolucionarias. Ningún gobierno ha reconocido sus servicios.

Y como ellos, hay  infinidad de viejos luchadores contra la injusticia y la barbarie que pasan la vida inadvertidos, en la miseria, porque consumieron sus mejores años en la lucha por la libertad. Nadie los busca ni rinde tributo a su arrojo al que se debe lo poco que hoy se respira de democracia. ¿Cuál es el ejemplo que este desdén deja en la juventud de hoy día, sin modelos, idólatra del rock y la bachata, con el prototipo de la vida fácil sin estudios ni trabajo, aspirando a ser como los que sin la más mínima formación escolar han escalado sólo a costa de habilidades y marrullas? La Patria ya no tiene importancia. La libertad es asunto del pasado y a esos viejos soñadores hasta los hijos los tildan de pendejos. La sociedad dominicana está totalmente viciada, descompuesta, pero todos parecen vivir conformes con la situación. Las ambiciones son  personales. El bien común es sólo una retórica de la demagogia.

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