Decía Nicolás Maquiavelo, un político pragmático, “que el fin justifica los medios”. Frase que para otro significa maldad. Esta máxima quedó evidenciada en las pasadas elecciones, donde “triunfó la reelección”.
Ahora bien, mi indignación como ciudadano votante es si el presidente candidato contaba con una valoración internacional de 73% según la encuesta Gallup, más unos porcentajes de 80, 70, 63 y 61% entre los dominicanos, según varias encuestas, donde ni siquiera Jesucristo gozó de tanto aprecio.
En tal sentido, a mi entender, con esas extraordinarias puntuaciones de aprobación a su gran e incomparable obra de gobierno, donde la República Dominicana ha pasado al ranking de los países con alto desarrollo humano. Todos sus problemas sociales y económicos están resueltos.
Si partiendo de estas condiciones se valoró al presidente candidato a la reelección, juntos a sus funcionarios, inferimos en que disfrutamos del mejor gobernante de nuestra historia republicana.
Razón fundamental para que en las pasadas elecciones no fuera necesario utilizar medios antidemocráticos, anti respetuosos de la voluntad popular para justificar lo que gran parte de la población nacional e internacional ha cuestionado.
Es inconcebible y antilógico que si un candidato en el poder cuenta con una altísima aceptación, como decían las encuestas, su reelección automáticamente hubiese sido fácil, transparente, pura y sin cuestionamientos; además sería legitimada y aceptada con alegría y orgullo por todos los dominicanos, incluyendo los perdedores.
Pero, la realidad no ha sido así. Hoy a más de dos semanas de haberse celebrado las elecciones, aún persisten reclamos, quejas, conflictos, demandas de nulidad, fraudes, irregularidades nunca vistas en certámenes electorales; solo dejando que la oposición ni miles de ciudadanos reconozcan el triunfo de la reelección.
En consecuencia, todo parece existir una antítesis entre los criterios tomados para esas valoraciones y los diferentes medios anti democráticos que se utilizaron para conseguir ese “gran triunfo”, generador de incredibilidad.
Como ciudadano neófito en política, creía que cuando un candidato es apreciado y altamente valorado por sus condiciones profesionales, humanas, éticas, honestas, responsables, respetuosas de las leyes y cumplidor de sus palabras; era suficiente para ser elegido libremente y voluntariamente por una real mayoría de los ciudadanos.
Donde su triunfo inminente jamás sería cuestionado. Al contrario, la sociedad en general lo celebraría como la “gran fiesta de la democracia”, y no la “desgracia de la imposición y vulnerabilidad de la decisión popular” como parece haber ocurrido, demostrándose una real discordancia entre valoraciones y medios utilizados para alcanzar el fin, ser reelecto presidente y demás posiciones.