Cuando una nación, una sociedad o institución pública o privada se aparta de los sagrados valores éticos y morales, está condenándose a la desaparición o, en el menor de los casos, al desprecio de la colectividad a la que sirve y se debe.

Uno percibe, cuando se pone en contacto con el mundo exterior, que los dominicanos nos hemos apartado de los valores morales para abrazar las conductas más reprochables, y adquirir hábitos divorciados de lo que fue un estilo de vida decente, humanista y solidario.

Debo admitir, sin embargo, que en todas las épocas  han existido violadores de la ley, gente que se asocia con el mal para cometer crímenes y delitos.

El país disponía en tiempos pasados, lógicamente, menos recintos penitenciarios, y el número de presos estaba asociado al tamaño de la población.

Como por aquí no somos muy dados a estudiar los detalles, ignoro si existen comparativos entre población y reclusos, y si son valores aceptables universalmente.

Lo que sí aprecio es que hoy día un mayor número de personas procura enriquecerse, aún a costa de violentar todas las normas éticas, los valores morales y las buenas costumbres, importándoles “el qué dirán”, para utilizar una expresión muy socorrida de las viejas comadres barriales.

El del haitiano condenado por robarse un salchichón en una población fronteriza es un referente al que se apela con frecuencia, cuando se quiere destacar la injusticia prevaleciente en República Dominicana.

Mientras tanto, nos queda el consuelo de esperar que los tiempos cambien, para que tengamos una mejor nación. ¿Sueños? No me doy por vencido.