Valores versus delincuencia

Valores versus delincuencia

ISÓCRATES ANDRÉS PEÑA REYES
La delincuencia se conoce como el fenómeno de delinquir o cometer actos fuera de los estatutos impuestos por la sociedad, pero es poco lo que conocemos sobre las verdaderas causas por las que un joven puede introducirse en este mundo.

Las causas pueden ser orgánicas, fisiológicas, patológicas, influencias, externas como el medio en el que se desarrollan los primeros años de su vida, la carencia de efectos y atención por parte de los padres o simplemente mala orientación.

Las actividades ilegales que desarrollan jóvenes, cuya conducta no discurre por unas causas sociales aceptadas, ni sigue las mismas pautas de integración que la mayoría, no surgen repetidamente, sino que forman parte de un proceso gradual de socialización desviada que poco a poco se van agravando. Este proceso se manifiesta más agudamente en la adolescencia, cuando el joven está más capacitado para realizar acciones por cuenta propia.

Entre adolescentes no podemos considerar la existencia de un solo tipo de delincuente, ya que se observan entre ellos diferentes modos de comportamiento y actos de distinta gravedad. En algunos jóvenes, la delincuencia es algo transitoria, utilizando para llamar la atención a falta de autodominio, mientras que para otros se convierte en norma de vida. Cuanto más joven sea el delincuente, más probabilidades, habrá de que reincida, y los reincidentes, a su vez son quienes tienen más probabilidades de convertirse en delincuentes adultos.

Los niños colocados en un medio muy pobre o que viven en condiciones difíciles están fuertemente tentados de descifrar su existencia por el robo o por la búsqueda de consolaciones dudosas, ya que el medio en que se han formado ejerce en ellos una influencia disolvente golpeadora de la vida moral.

Hoy en día los medios y familias más afortunadas en cuanto a riquezas materiales son cultivos para la formación de delincuentes, debido a los tristes dramas y los vacíos espirituales y familiares que padecen, los niños disponen de mucho más dinero y comodidades que otras clases, lo que da por resultado que la sociedad haga nacer nuevas y grandes necesidades que sólo pueden ser satisfechas por actos reprensibles y delictuales.

Estos actos nos llevan naturalmente a denunciar los errores de educación como causa esencial de la delincuencia juvenil, comentando con la severidad excesiva, que tiene por resultados que cuando los padres son muy exigentes o estropean al niño a fuerza de quererlo hacer perfecto, hacen nacer la rebeldía en vez de favorecer la honradez y la no delincuencia. Y así vemos a estas víctimas de la disciplina fría o brutal aprovechando la primera ocasión favorable para liberarse de toda tutela y hacer lo que les da la gana.

Asimismo, podemos afirmar que muchos padres se convierten en actores de la formación de los delincuentes por olvidar inculcar a sus hijos los valores morales, la integridad moral y la dignidad que todo hombre y mujer debe tener; además, por falta de inteligencia para dar soporte a sus hijos engendrados en familias disociadas o en las que priman la falta de entendimiento y diálogo entre sus dos principales cabezas: El Padre y la Madre.

En tal sentido debemos señalar, que los niños que ven a sus padres disputar entre sí, juzgan la sociedad en su conjunto sobre el mismo, y llegan a creer que ellos también deben defender violentamente su punto de vista si no quieren ser aplastados.

Nos debe llevar a preocupación, que una gran proporción de los padres en nuestra sociedad descuidan la vigilancia sobre sus hijos obnubilados en el espejismo y la falsa creencia de tener una familia que está unida, lo que lleva a cometer el grave error de dejarlos solos y con una libertad que les hace perder la vergüenza a tal extremo que se hunden en el libertinaje.

Para encarar la delincuencia juvenil y evitar que nuestros hijos caigan en ella, estamos obligados a formar padres y madres responsables, pero también a construir una nueva sociedad que edifique mejores familias, para que, mediante el diálogo y la comprensión profunda, así como por la práctica del don del amor, nuestra nación y los que tienen la responsabilidad de llevar en sus manos su timón, tomen el correcto sendero que requerimos para ir hacia a un destino que fortalezca la fe, la esperanza y la templanza que urgimos para solucionar los males que nos abaten.

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