¿Vamos a esperar que la humanidad sucumba?

¿Vamos a esperar que la humanidad sucumba?

Los casi ocho mil millones de habitantes que pueblan las naciones estamos asistiendo asombrados a un deterioro sin precedente de la capacidad de mediación de los organismos internacionales, tanto los universales como los regionales. El conflicto entre Rusia y Ucrania solo ha conocido hasta el momento el lenguaje bélico, la retórica amenazante y, por supuesto, la muerte de miles de soldados y civiles de parte y parte. Aun así, las voces mediadoras de los organismos internacionales y regionales responsables de intervenir en situaciones como estas, apenas si se han dejado escuchar. Mientras, todos tenemos la impresión de que el mundo está paralizado y asistimos, sin movernos y sin tomar iniciativas, a una parálisis económica –una recesión— de carácter universal. Los ciudadanos de todas las naciones, las entidades que guían y orientan a la comunidad internacional, las iglesias, los intelectuales, los grandes centros del saber y de las investigaciones no pueden seguir cultivando un silencio que nos condena, que nos llena de pavor y que solo nos ofrece como consuelo la posibilidad de escenarios apocalípticos.

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Tenemos que sacudirnos, tenemos que reclamar el derecho de la humanidad a vivir en paz, a la convivencia que nos alegra y que nos invita a ser felices. No podemos tener un mundo bajo la lógica y las botas de los imperios. La intelectualidad de América del Norte, de América Latina, de Europa, de Asia y de África tiene que levantarse y exigir a organismos como las Naciones Unidas y la Unión Europea que cumplan su rol de mediadores y que, como en otros conflictos, apelen a los recursos de la diplomacia para procurar un final de esta barbarie. Este es el imperativo de la hora.