Vargas Llosa desde Irak

Vargas Llosa desde Irak

Mario Vargas Llosa sostiene en su libro «Diario de Irak» que las acciones de las grandes potencias contra los regímenes dictatoriales son legítimas en casos excepcionales como éste: «cuando, por su naturaleza extrema, sus excesos criminales y genocidas, una dictadura ha cerrado todos los resquicios de libertad que permitan una acción pacífica de resistencia a su propio pueblo, o cuando se convierte, por sus iniciativas beligerantes contra sus vecinos y sus atropellos a los derechos humanos, en una serio peligro para la paz mundial».

Don Mario Vargas Llosa considera legítima la intervención militar de los Estados nidos, Inglaterra y España para derrocar al gobierno de Sadam Husein.

Esos mismos argumentos debieron ser usados por las grandes potencias para derrocar, entre otros, a los gobiernos de Francisco Franco, Rafael Trujillo y Alfredo Stroessner.

A pesar de la naturaleza despótica de esos regímenes, los gobiernos de Estados nidos, Francia e Inglaterra mantuvieron relaciones muy cordiales con ellos, importándoles un bledo los daños que esas riendas les infligían a sus pueblos.

Don Mario Vargas Llosa ahora está convencido de que la intervención militar de los Estados Unidos, Inglaterra y España en Irak, además de privar al ejército iraquí de la posibilidad de usar armas químicas y bacteriológicas de destrucción masiva contra sus vecinos, se hizo con el propósito de liberar a la nación mesopotámica, vejada por Sadam Husein hasta el último extremo de la degradación, de una de las más crueles dictaduras de los tiempos modernos.

Las grandes potencias no suelen ser tan magnánima a la hora de enviar sus ejércitos a imponer su orden más allá de sus fronteras.

Las potencias occidentales no fueron en auxilio del gobierno legítimo de la Segundo República. Un millón de muertos y más de un millón de desterrados no evitaron la tiranía de Francisco Franco ni tuvieron el peso necesario para apelarlo del poder y hacer que respondiera en vida por los crímenes que cometió.

Francisco Franco, además de autoproclamarse caudillo por la Gracia de Dios, acumuló los cargos de jefe del Estad del Gobierno español y jefe de los ejércitos.

El sátrapa oriundo de Galicia murió en plena demencia senil cuando los recursos de la ciencia médica no bastaron para prolongarle la vida.

Después del triunfo de los Estados Unidos, la Unión Soviética, Francia e inglaterra contra la Italia de Mussolini y la Alemania de Hitler parecía asegurado que el gobierno representativo surgido de unas elecciones libres sería la fórmula política habitual; incluso, la misma llegó a ensayarse en agrupaciones tan impropias para los menesteres de la democracia como los imperios otomano, persa, rusa y chino.

La derrota de las naciones totalitarias en la Segunda Guerra Mundial colocó al dictador Francisco Franco y a los tiranos latinoamericanos en una situación muy delicada. Entonces se daba como un hecho que las potencias accidentales iban a entrar militamente a España para deponer a Franco y el sátrapa gallego iba a ser juzgado pro crímenes de guerra.

Después del triunfo de los aliados, muchos dominicanos llegaron a creerse que la dictadura de Trujillo iba a ser derrocada. Pero, sucedió justamente lo contrario. A partir del año 1945 fue más necesaria para los intereses hegemónicos de los Estados Unidos en el Caribe la permanencia de Trujillo en el poder. Los dominicanos tuvieron que seguir 16 años más bajo el poder omnímodo y arbitrario de Trujillo hasta la noche del 30 de mayo de 1961 cuando el tirano fue ajusticiado.

Era que los Estados Unidos, Francia e Inglaterra tenían la obligación moral de erradicar del occidente europeo y americano todo vestigio autoritario. Dictaduras como la de Franco, Salazar, Trujillo, Stroessner debieron parecer como anacronismos ante los ojos de las potencias vencedoras.

¿Qué pasó con esas dictaduras después de finalizada la Segunda Guerra Mundial? ¿Cuál fue la causa de que esos regímenes dictatoriales, simpatizantes todos, y hasta cómplices algunas de Mussolini y de Hitler, se reafirmaran, en vez de desaparecer como consecuencia de la derrota de los países del Eje?

Sucedió que la política mundial entró en una batahola de intereses geoestratégicos que enteraron los sueños de libertad de los opositores a esas tiranías en el profundo abismo de las causas perdidas.

En la conferencia de Yalta y Postdam, ambas celebradas en 1945, quedó claro que la eliminación de las dictaduras no era una tarea prioritaria para los nuevos amos del mundo, como sí lo era el reparto de áreas de influencia que impuso su lógica de poder en detrimento de las efusivas y grandilocentes declaraciones de principios.

Es cierto que al amparo del principio de no intervención en los asuntos internos de un país una dictadura podría perpetuarse; también es cierto, que la actuación militar contra las dictaduras de parte de las grandes potencias para facilitar los procesos democráticos «podría convertirse en una cortina de humo para aventuras de carácter colonial».

Seguimos confiando en la capacidad de los pueblos de ajustarles las cuentas a los tiranos.

Creemos que por más efectivos que sean los cuerpos de seguridad no podrán impedir la aparición de opositores a la dictadura dispuestos a accionar las ametralladoras; a lanzar una granadas; o a operar un coche bomba. Y que no faltarán francotiradores de élite apostados en los tejados al paso de la caravana de los opresores; ni un Bruto que hunda su puñal en el pecho de un tirano.

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