Desde los años 60 estuvimos esperando la gran solución a los problemas nacionales: la revolución marxista, que vendría de Cuba; o la revolución cristiana, que vendría de Alemania y Chile.
Antes y ahora, ha faltado pensamiento analítico y estratégico sobre nuestros asuntos. En nuestros análisis han faltado variables claves; ha faltado Plan estratégico y soluciones sensatas.
Los extranjeros dicen que somos afables. Nosotros sabemos que no todos somos tan buenos (como los veganos). Nuestros patrones de relaciones interpersonales han alimentado un sistema clientelar y particularista, que obstruye el desarrollo institucional.
Las relaciones primarias y afectivas permean las clases y las razas, y crean patrones de afecto y solidaridad que dificultan la neutralidad ética y emocional que requiere el sistema administrativo-institucional del Estado, y las relaciones obrero-patronales (Más de la mitad de las empresas son familiares e informales).
La afectividad, real o simulada, alimenta el clientelismo, la informalidad, la corrupción y la impunidad. Somos incapaces de expresar desaprobación y rechazo de manera directa y personal a actuales y pasados delincuentes públicos. Los condenamos a distancia; cara a cara no estamos capacitados emocionalmente para expresarles desaprobación o rechazo. Restaurantes, clubes privados, salas y espacios públicos están llenos de infractores (también muchos templos); personas agradables, de modales y costumbres correctos.
Nuestra idiosincrasia, costumbres y valores relacionales también mediatizan las grandes soluciones socio-políticas. Los mismos individuos reenganchan en el Gobierno nuevo. Balaguer fue expulsado de manera vergonzosa, para luego retornar triunfalmente. De “muñeco de papel” pasó a “zorro estadista”; de afeminado, a diestro en aventuras amorosas subrepticias que muchos celebraban por lo bajo.
Hemos parido soluciones inefables: consejos de Estado, gobiernos de transición, gobiernos revolucionarios, democráticos sin mayores logros. Gobiernos truncos: dos años tú y dos años yo, que no cumplieron; gobernantes legítimos, razonablemente buenos terminaron en suicidio o cárcel. Hombres que fueron o prometieron ser serios burlaron sus propias promesas; en nuestras narices funcionarios payasos alardean de lo que todos sabemos que jamás hacen ni harán.
Urge examinar nuestra idiosincrasia, idioteces, chabacanerías; averiguar quiénes somos, redescubrir las raíces de identidad y moral social (que las hay muy valiosas). O nos entregamos al eterno retorno de la estupidez y la desvergüenza. O esperar, acaso, que unos desvergonzados y desaprensivos se inventen un follón que nos acabe de desconcertar a todos, o nos asfixie en una anomia sempiterna e irreversible.
El modelo capitalista globalizante, como esperan algunos, forzará la transparencia solo en determinadas esferas administrativas, pero poco ayudará a superar el inconducente modelo actual. Paralelamente, proseguirá inexorablemente recreando aporías en nuestra sociedad; y los pobres no podrán sacar la cabeza del trabajo abyecto y la delincuencia. La supuesta o real bonhomía y caridad cristiana de las clases medias tampoco resolverán el modelo.
Busquemos soluciones que no estén en textos alienígenas, ni en cátedras de derecho o de catecismo. Rechacemos los espasmos implosivos autodestructivos de valores y calidad de vida que nos sumergen más y más de lo mismo.
Procuremos verdaderas soluciones, no meros pedos cíclicos que nos atrasan y solamente nos llevan a reír y llorar nuestra poca vergüenza.