Varias obras revelan facetas
poco conocidas de los artistas

Varias obras revelan facetas <BR>poco conocidas de los artistas

MARIANNE DE TOLENTINO
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“Coleccionismo Privado”, selección de pinturas de 27 autores y esculturas de uno solo (Manolo Pascual) que prestaron importantes coleccionistas dominicanos, ha de ser visitada dos veces –y más- por los apasionados del mejor arte moderno.

Debemos precisar que el conjunto de obras es integrado geográficamente por obras latinoamericanas, caribeñas –con una buena representación dominicana- y españolas también, si queremos discernir procedencias regionales y nacionales, ocasionalmente con características propias. Esos rasgos no siempre existen cuando los pintores se han “internacionalizado” desde su juventud.

Si hablamos de una segunda mirada, necesaria o recomendable, es que encontramos piezas de colección que nos parecen familiares y refieren al período más conocido o difundido del creador, y ello no solamente respecto a los dominicanos, sino a muchos de los artistas iberoamericanos presentados. Pero las hay también que expresan una sensibilidad y capacidad de ver, especiales en el coleccionista, tal vez más sutiles que en las obras de particular impacto.

La curaduría ha manifestado el criterio de hacer compartir al público la contemplación de esas pinturas emocionantes, raras igualmente a nivel de reproducción y de consulta. Un coleccionista tiene sus preferencias, se adhiere, para la adquisición, a ciertos criterios estéticos y suele incluir la representatividad del cuadro o la escultura –en un contexto de subasta por ejemplo-,  pero hay otras obras de arte que constituyen una revelación, y posiblemente una meta o una búsqueda tenaz de parte de quienes las lograron conseguir. O una oportunidad especial.

Son esas que precisan una mirada más prolongada y repetida. Les dedicaremos una particular atención, y seguiremos el “circuito” propuesto, desde la nave central hasta la segunda planta, pues en todos los espacios descubrimos esas pinturas más íntimas, mostrando que el coleccionismo y… la curaduría de la exposición no optan por decisiones sistemáticas de formas y formatos.

Obras muy especiales

Así sucede con el “Paisaje de las Islas Baleares”, de Diego Rivera, de 1915, correspondiendo al período español del artista mexicano y a su participación en una colectiva violentamente controvertida, que reveló el cubismo en Madrid. Nos deleitan no sólo la interpretación del paisaje mediterráneo y su geometría sensible, sino el lirismo del color y la vitalidad de la textura…, así los matices y ondulaciones del agua, o las manchas frutales de las barcas. No cabe duda de que “El retrato de la joven en traje de fiesta” deslumbra y acapara primero la atención, pero el paisaje causará, a la segunda mirada, un estremecimiento.

Muy cerca de esta obra maestra, hallamos un óleo pequeño de Wifredo Lam, “Busto de  Mujer”, de 1939, esencial y picassiano, que por cierto ilustra el brote de amistad entre Lam y Picasso en el umbral de la Segunda Guerra mundial, en París: el entusiasmo fue recíproco, y el pintor cubano llevó esa admiración a su propia obra. Acostumbrados aquí a las exuberantes composiciones afrocubanas, tan populares, este retrato sintético se nos hace inolvidable.

Casi en frente, descubrimos la única pintura haitiana de la exposición, el florero de Hector Hyppolite, de 1943, con su agudo y hábil “ojo intuitivo”, una joya epocal también. Y volveremos a mencionar las Barcas de Amelia Peláez, pintura a la vez cálida y depurada de su período europeo, que nos refieren a su visión nacionalista particular –“la cubanía, para mí, es otra cosa”-, entonces ajena a toda efervescencia antillana.

Respecto al gran y extraño cuadro de Fidelio Ponce, que cosechó innumerables elogios y fue uno de los preferidos entre los visitantes, fascina su luminosidad intensa y diferente, casi monócroma y contrastante, que recuerda el período blanco del venezolano Armando Reverón, enseñando que hay una luz tropical blanca y cegadora. Los pintores cubanos tienen aquí una representación estelar… ¡Cuánto placer procura mirar una pintura distinta de Mariano Rodríguez, de 1941! Sin embargo, no podía faltar, entre las mujeres de tipología tan cubana, el emblemático gallo, ¿simbolo del hombre? Nunca olvidaremos la afirmación que nos hizo aquel gran señor de la pintura: “Los poetas son los mejores críticos de arte”.

Otros espacios

En el Centro Cultural de España es costumbre de que, en salas y espacios retirados, también se coloquen obras de mucho valor, que no pemiten el decaimiento del interés. En la sala posterior de la primera planta sobresalen de Paul Giudicelli un gouache y dos óleos, de mediados del 50, un montaje perfecto, que aumenta el impacto de las tres pinturas. La paleta austera y emblemática del mestizaje, con tintas planas, vibra rítmicamente, con una fragmentación de rompecabezas geométrico, donde se alían abstracción y figuración, neo-cubismo y ya cinetismo. Giudicelli es incomparable en la historia del arte dominicano.

Hay varios excelentes Gausachs, representado por seis obras, fascinantes por su energía, sus formas radicales, su antillanismo apasionado de catalán “converso”, el curioso paisaje de Boca Chica, de 1949, que se destaca por formato, composición y tratamiento inusual, sinfonía en verde, líneas transversales e impulsivas. Parce que vientos huracanados atravesaron el lienzo…

Un pequeño Torrés-García en gris, de 1943, asegura una presencia a la vez modesta y signficativa del famoso maestro uruguayo.

El espectador sube al segundo piso, por la empinada escalera, y los descubrimientos se reactivan, empezando por un magnífico y perturbador Oswaldo Guasamín –Las Beatas, 1953-, puro expresionismo (hay también un segundo, El Esclavo, de dibujo anatómico sobresaliente) que le hace perdonar los estereotipos socializantes, mil veces reproducidos y copiados.

El Antoni Tápies, de 1951 –que pertenece al período mágico del artista–, sorprende mucho a los ojos acostumbrados a una sistematización abstracta, gestual y matérica. Roland Penrose, que tan bien analizó la obra de Tápies, se refiere a elegancia y misterio con los cuales el pintor vistió sus inclinaciones marxistas y tendencias alegóricas. Es lo que sugiere este “Coral del Trabajo”, con su llameante iluminación solar, con sus protagonistas y trabajadores en marcha.

La escultura es representada por un solo artista, Manolo Pascual. ¡Esa opción refleja la libertad de elección del curador! Ahora bien, son tres grandes piezas, muy bien conservadas –no siempre el caso-, de diferentes épocas. La Cabeza de Mujer, que ya comentamos, es una obra magistral lúdica, sentimos que el artista ha disfrutado muchísimo la implantación capilar de los alambres.

 La insólita figura femenina de Clara Ledesma – de la cual presentan demasiado la colección de los Universos- y las dos pinturas, aplomadas, fuertes, facturalmente impecables, de Roberto Ossaye – padre de nuestra colega María del Carmen-, provocan el anhelo de retrospectivas individuales de esos grandes artistas.

Conclusión

La generosidad y la hermosura de una exposición donde cada obra tiene su importancia, se prestan para una “visita guiada”: fue una observación escuchada, la noche de la inauguración, pero la crítica no puede detenerse delante de cada cuadro!

Se agradece infinitamente el hermoso gesto de los coleccionistas dominicanos, que, cediendo temporalmente sus tesoros, han permitido a los amantes del arte, compartir algo de su vida y de su alma.  Con toda evidencia un agradecimiento especial se dedica al Centro Cultural de España y a Javier Aiguabella.  

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