Estamos presenciando un patrón silente de avance paulatino, disperso pero continuo; en casi todo el territorio racional, que forma “spots” y enclaves de hacinamientos y formas de convivencia malamente improvisadas, sin mayor apego a normas legales o culturales. A menudo, focos de contaminación y promiscuidad. Se trata de un patrón disruptivo respecto al contexto cultural y normativo de nuestras comunidades.
Su presencia en pueblos y campos tiende a ser casi invisible, porque interfieren poco con las formas de sociabilidad de los habitantes locales, para quienes los extranjeros vienen siendo una especie de non-personae; no en sentido peyorativo, sino que son seres no existentes en el proyecto social de los criollos, acaso porque les hacen “el favor” de ocupar el piso de la pirámide social, hacinándose en lugares no deseables para los nativos.
Habitan en viviendas muy inadecuadas desde el punto de vista sanitario, hombres solos mayormente, con notoria desproporción entre hombre y mujeres.
Hasta hoy los nacionales tienen relativamente pocas quejas. No será así en el futuro si las cosas siguen su curso sin la apropiada intervención de las autoridades.
Muchos ciudadanos y bastantes extranjeros se estarán preguntando cómo ha de ejercerse el control institucional sobre un contingente de población: sin registro ni identificación civil; sin domicilio fijo o conocido, ni aquí, ni en su país; personas que habitan en grupos de individuos no familiares ni consanguíneos; que no hablan el idioma local, ni los residentes ni los agentes oficiales e institucionales tampoco hablan el suyo.
Por otra parte, existe gran ignorancia entre los nativos y entre las autoridades y sus agentes locales, acerca de las costumbres y los valores, de a qué cosas son leales, cómo se divierten, cómo se trasladan cambiando de domicilio y ocupación, cuáles sus patrones de conducta sexual y marital, y sus planes de permanencia y participación en las comunidades y en la sociedad a la que arriban, y qué consecuencias se derivan de ello.
Deberá saberse a ciencia cierta, si los cuerpos de ayuda y seguridad pueden responder satisfactoriamente ante cualquier evento disruptivo del orden social o natural, desde una revuelta a una inundación o un huracán. O simplemente, la ocurrencia de brote epidémico.
Una cosa es la conducta residual de unos pocos inmigrantes, individuos aislados en el seno de un gran conglomerado: los residentes los miran con curiosidad, los ven pintorescos, exóticos, incluso graciosos. Muy diferente cuando los inmigrantes vienen en masa, compiten por empleos y espacios deseados normalmente defendidos por los locales. Una migración masiva sin que la población local pueda predecir con claridad cuáles serán sus acciones y desplazamientos laborales, espaciales y sociales, lleva a los nativos conductas estereotipadas de rechazo.
En lo adelante, la presencia de extranjeros en masas no será tan fácil de manejar como en el pasado, no será cuestión de subirlos a un camión y echarlos por la frontera. Hay una grande y urgente tarea cívica, sanitaria, humanista y de seguridad por llevarse a cabo, por parte de gobierno y sociedad. Con todo, no será fácil para nadie.