Vayamos al grano

Vayamos al grano

Pretender que existe una relación de reciprocidad entre la criminalidad y la pobreza es una de las formas más burdas de encubrir las verdaderas causas de este mal social y, por consecuencia, de rehuír la responsabilidad de propiciar su solución.

En nuestro país, de un tiempo a esta parte, la criminalidad ha aumentado casi de manera exponencial, pero nadie puede afirmar que en cuanto a la pobreza el crecimiento haya sido tan vertiginoso y alarmante.

No es cierto que la tasa de crecimiento del crimen en un lapso determinado sea consecuencia y correspondencia de un comportamiento semejante en la tasa de pobreza, sin que afirmarlo de manera tan tajante signifique que se descarte una contribución de parte de la marginalidad y la falta de oportunidades.

– II –

Independientemente de que combatamos la pobreza como parte del conjunto de males sociales, paralelamente debemos identificar y combatir en orden de prioridades las causas del crecimiento de la criminalidad.

Una de esas causas, quizás la más influyente, es el grado de corrupción entre autoridades que actúan como cómplices, como coautoras y hasta como autoras o protectoras de crímenes.

No tiene nada que ver con pobreza el hecho de que gente con autoridad para combatir crímenes específicos como la venta de drogas, sean, precisamente, las que cobren peajes en puntos de drogas y faciliten a traficantes información sobre operaciones de control.

No tiene ningún vínculo con la pobreza el que policías y militares estén asociados con delincuentes o integren bandas dedicadas a atracar y a eliminar personas.

Y tampoco tiene relación con la pobreza la elaboración deliberada de expedientes defectuosos, con acusaciones mal sustentadas, para garantizar el descargo por falta de pruebas a personas realmente culpables de faltar a la ley.

 – III –

Aquí el auge de la criminalidad tiene que ver, no con la pobreza que se refiere a las limitaciones de poder para adquirir bienes y servicios, sino con una pobreza de principios que permite que un delincuente salga a la calle sin ser castigado, y si lo fue, que obtenga la libertad mucho antes de haber cumplido, fomentando así un apretado prontuario de reincidencia.

No es de pobres salir a la calle a matar militares y policías para despojarlos de armas y poder aumentar con las mismas la capacidad de ofensa contra la sociedad y sus valores.

Tampoco son de pobres los grandes crímenes financieros ni el tráfico masivo de estupefacientes, ni la evasión fiscal millonaria, ni el gran lavado de dinero de mal origen ni otras insanas prácticas que ya saturan nuestro diario vivir.

Será mejor que vayamos al grano, que combatamos las reales causas de tanta criminalidad y que dejemos de pretender tapar el sol con un dedo.

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