El tiempo va pasando raudo. Con los años todo se intensifica y las horas parecerían evaporarse. Pero un buen día, de repente, nos vemos pasando balances y recordando episodios del ayer.
Así, en medio de los recuerdos, me encontraba el sábado pasado compartiendo con mis compañeros de colegio. El tiempo se deshizo al compás de las mil anécdotas de lo que fue Lyo 91, una promoción cuyo nombre define perfectamente lo que fue.
Veinte años después muchas cosas han cambiado. Nuestras vidas no son iguales. Más allá de la edad, y lo que eso implica, vivimos retos insospechados. La sociedad es el primero. Hoy es más complicada. Ahora, a pesar de que somos los dueños de nuestro tiempo, somos esclavos: no podemos, prácticamente, ni salir de casa.
Antes estábamos atrapados por los dictados de nuestros padres; hoy, la inseguridad nos mantiene cautivos. Cada día oímos casos de atracos y muertes violentas. Ya no es un rumor o una nota policial en un periódico: es el comentario constante de amigos y parientes.
Por si fuera poco, nos quieren tratar como si aún fuéramos colegiales. El gobierno, que se resiste a ver las cosas como son, insiste en que la violencia es mera percepción. Al hacerlo, ¿realmente creen que todos nos quedamos con el velo color rosa que nos cubría? Aprender a ver y sopesar la realidad es, no lo olviden, una de las grandes lecciones de la vida.
Hoy añoro los días en que salía con mis amigos del colegio y era libre. En Santo Domingo había paz y vivíamos tranquilos. ¿Qué nos ha pasado para que la vida sea ahora tremendo Lyo?