Veintinueve años después…

Veintinueve años después…

POR GRACIELA AZCÁRATE
Cada 24 de marzo revivo mis veintiocho años en la Argentina y mis veintinueve años de exilio.  El 24 de marzo argentino de 1976, como el 24 de marzo de 1980 en que asesinaron de un tiro en el corazón al Arzobispo Arnulfo Romero en El Salvador, son hitos de la tragedia que iba a sobrevenir en Latinoamérica.

La tragedia pervive porque los asesinos de 30.000 argentinos y del arzobispo salvadoreño han sido protegidos por leyes de impunidad promovidas por los partidos políticos que hoy están en el poder.

El derrocamiento de María Estela Martínez de Perón, el 24 de marzo de 1976, fue como el final previsto de la novela de Gabriel García Márquez.

Fue “La crónica de una muerte anunciada”. Todos esperaban el golpe de estado como un alivio a la insufrible situación de los últimos años. Agotados por los asesinatos a mansalva del grupo paramilitar las tres AAA (Alianza Anticomunista Argentina dirigido tras bambalinas por el ministro de Bienestar Social, José López Rega, secretario personal de Perón en el exilio español y “asesor espiritual y esotérico” de Isabel). El desastre se veía venir pero se agudizó desde la muerte de Perón, en julio de 1974, premonición del horror desde junio de 1973, guerra civil y enfrentamiento entre la derecha cavernícola del peronismo y una ingenua juventud de izquierda peronista, que tenía veinte años, que creía que se podía ser el Che, que la Primavera de Praga se podía mudar al sur, que se podía llevar “la imaginación al poder” como los franceses de mayo del 68, que no era sólo un eslogan, y que como Los Beatles “todo lo que necesitábamos era amor”.

No era solamente una muerte anunciada o un golpe militar más en la historia del país, era el plan frío y despiadado de la burguesía argentina, que usó a las Fuerzas Armadas, a la Iglesia y a los medios de comunicación para producir el más grande genocidio en la historia del país.

Era otra “campaña del desierto” para exterminar a los indios y poner el país a disposición del capital inglés.

Ahora se trataba de descabezar el movimiento obrero argentino, acabar con el capital industrial, entrar de lleno en el capital financiero internacional y estrenar las políticas neoliberales impuestas por EEUU.

El Informe de la CONADEP, conocido como el “Nunca Más” sostiene que: el 30,5 % de los desaparecidos eran obreros industriales; el 17,9 % asalariados; el 5,7 % docentes; el 1,6 % periodistas; el 10,7 % profesionales; el 21 % estudiantes.

Para entender estas cifras hay que saber que en la década de 1970 el país tenía un 3 % de desocupación estructural, aproximadamente, un porcentaje elevado de profesionales estaban en relación de dependencia, o sea eran asalariados. Del 21 % de los estudiantes, aproximadamente el 75 % era asalariado.

En la actualidad la Universidad Nacional de Buenos Aires dio a conocer un censo donde declara que el 59 por ciento de su estudiantado trabaja.

Se deduce que los desaparecidos de la última dictadura militar fueron mayoritariamente obreros y asalariados, la clase trabajadora argentina brindó más del 76 % de sus hombres y mujeres a los escarnios de este genocidio que no puede cerrarse por mandato.

El Sistema Nacional de Represión contó con todo el poder del Estado. Fue “Terrorismo de Estado”. La represión estatal fue desde este lugar, apoyada por las clases dirigentes empresarias y muchos de ellos, más tarde, se apoderaron de las empresas estatales para lograr su vaciamiento. Todo este aparato fue dimensionado, organizado y puesto en funcionamiento desde las estructuras del Estado y en él, a partir del golpe de estado se concentró el poder político, económico y financiero. Con un plan premeditado cercenaron las libertades públicas, todas las prácticas culturales populares, torciendo el rumbo de conquistas sociales largamente peleadas, a través de niveles de represión, terror y muerte nunca imaginados.

El principal objetivo de la dictadura fue golpear al movimiento obrero organizado.

“Desde estos espacios se resistió a la dictadura, mientras amplios sectores medios hicieron la venia y sostuvieron a la dictadura con su omisión o apoyo”.

El Estado a través del golpe logró la imposición de un modelo que tenía que ver con el capital financiero, por sobre el histórico capitalismo industrial, imposición que se basó en la desindustrialización del país.

En el campo internacional el capital financiero puso en jaque al capitalismo industrial y en los países llamados del Tercer Mundo, dependientes de los países centrales la premisa fue que debían ser desindustrializados y convertidos en provisión de mano de obra barata y de producción de materias primas.

Se utilizó con fuerza el endeudamiento externo, no casualmente la deuda dejada por el gobierno de María Estela Martínez de Perón fue de 7 mil millones de dólares, y hacia 1983, a la salida de la dictadura, la Argentina debía a los organismos internacionales casi 50 mil millones de dólares.

El Centro Clandestino de Detención fue vital en el proceso represivo. Se entraba pero no se salía, y si salían, sus vidas habían cambiado para siempre.

Reinaba el horror y sin pudor ni piedad los profesionales de la salud lograron torcer la voluntad humana, utilizaron la tortura, el chantaje y la delación en los seres queridos; la violación a las mujeres, la mentira y la burla sistemática sobre la conducta de los familiares y los llevaron a la desesperación extrema para conseguir la cesión de escrituras o bienes materiales a cambio de cesar la tortura de los familiares usados como rehenes.

El psicólogo suizo Carl Gustav Jung dijo en referencia al nazismo y a lo que pasó en Europa desde 1933 a 1945 que era una locura colectiva del pueblo alemán. ¿Qué pasó en el alma nacional argentina para que este genocidio sin precedentes arrasara varias generaciones, pero sobre todo que hayan pasado 29 años y todo siga en la nebulosa y la incertidumbre de la impunidad y la injusticia?

De este organigrama represivo salió el Ford Falcon y la patata, el Grupo de Tareas, el robo, la nocturnidad y también la “levantada” a plena luz del día, los que se apropiaban de bebés, la violación, la picana y la instrumentación del terror como método de silenciamiento.

A esta organización planificada a lo largo y ancho de la Argentina se sumaron distintos actores políticos y sociales que decidieron jugar del lado de la dictadura.

Los medios de comunicación fueron cómplices y contó con la cúpula de la iglesia católica y de otras estructuras religiosas que no hicieron nada por sus seguidores, por el contrario conocían las listas de desaparecidos y muertos, como el caso de Monseñor Grasselli.

En la actualidad gracias al trabajo silencioso y valioso del Equipo Forense Argentino se ha llevado adelante un esfuerzo, titánico para descubrir la identidad de miles de “desaparecidos” enterrados en fosas comunes. Recientemente se encontraron los restos del dirigente mecánico cordobés René Salamanca, sus restos fueron arrojados a la fosa de San Vicente.

Salamanca fue secuestrado el 24 de marzo de 1976, era el Secretario General del SMATA – este gremio tenía más de 12.000 obreros mecánicos. En la actualidad se trabaja en el Pozo de Vargas, donde se presume que hay un número no determinado de desaparecidos de la zona norteña del país.

Otros, una gran mayoría no tendrán la suerte de ser encontrados. Fueron drogados y arrojados desde los aviones al Río de la Plata o al Océano Atlántico en los llamados “vuelos de la muerte”.

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