Veleidades olfativas

Veleidades olfativas

A pesar de ser bien parecido, con más de seis pies de estatura y robusta contextura física, mi amigo no se atrevía a cortejar a una mujer, de la cual estaba enamorado como un adolescente sentimental.

– Ese angelito de la guarda inspira un respeto y una devoción que me impide acercarme a ella, porque la veo allá arriba, como si estuviera montada sobre una nube. Es tan celestial, que hace poco cruzó por mi lado, y el olor de su cuerpo era más agradable que el de todos los perfumes femeninos de las más acreditadas marcas- me dijo una noche en que su cerebro tenía altas dosis de ron criollo.

De nada valieron mis exhortaciones para que venciera su timidez y tratara de darle muela a la atractiva damita para meterse de golpe en su órgano portador de sístoles y diástoles.

– Los buenos bateadores se ponchan tirándole a la pelota, a veces con la cuenta en tres bolas sin strikes- le dije, usando como buen dominicano la jerga beisbolera.

Una noche me llamó por la vía telefónica, y me pidió que fuera a un conocido restaurante de la zona colonial donde estaba posado.

Y allí, con rostro compungido, me dijo que la versión humana del ángel de la guarda estaba viviendo un romance con un conocido artista, cuyas emanaciones sobacales ponían de manifiesto su aversión al baño.

– Y si tiene una relación amorosa con un jediondo- expresó, dando un puñetazo sobre la mesa – eso significa que ella tampoco es apegada a la higiene corporal. Ahora bien, tan pronto me entere de que terminó el idilio con el portagrajo, le voy a marchar con todos los hierros. Porque si le hizo caso a esa especie de vertedero ambulante, a mí, hombre que se baña dos veces por día, llegará a venerarme.

Después de un cortejo con cenas y almuerzos en restaurantes, y una que otra bailadita en centros de diversión, el otrora tímido enamorado conquistó a la damisela del olfato débil.

-¿Era real tu apreciación de que si se enredó con un maloliente, ella seguramente huele mal?- me atreví a preguntarle.

– Estaba equivocado, pero de haber sido así, no habría existido en el país un hombre más tupido de nariz que yo.

Sus palabras precedieron a una carcajada sonora de hombre feliz.

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