Venden alimentos sin garantizar higiene

Venden alimentos sin garantizar higiene

POR LLENNIS JIMÉNEZ
En un anafe montado encima de una camioneta junto a un cilindro de gas de 25 libras, los ingredientes descubiertos, Juan Cordero elabora alimentos con harina los cuales compran para desayunar todos los días cientos de personas que hacen filas en los alrededores del Centro de los Héroes.

Juan sirve el jugo que él mismo mezcla a las 5:00 de la mañana, una hora y media antes de llegar a su puesto de trabajo.  A su lado, una mujer con días de parida y la herida de cesárea aun sin cerrar, prepara pan con embutidos y repollo, haciendo las pausas requeridas para manejarse su condición de madre lactante, sin un espacio disponible para el aseo personal.  La informalidad tiene su precio. En un caldero, con el negro azabache del aceite que se le quema en los bordes y un aceite oscuro que bulle, la mujer fríe los huevos que algunos prefieren comer con pan.

Con la prisa que impone llegar puntual a las oficinas públicas que operan en la Distrito Nacional y la necesidad de pagar menos, se impone comer y trabajar al mismo tiempo, alimentos con exceso de grasa, de sal, muy condimentados  y servidos por personas que no conocen de gastronomía.

En otra esquina, acostumbrado al ruido de las bocinas de los vehículos y una toalla para ahuyentar a las moscas, Freddy Romero sirve jugo de cítricos con leche. Su esquina está cubierta por un árbol. Su suelo es la tierra misma y el poco pavimento que le queda a la acera, de la que se retira a escasa distancia para limpiarse el sudor.

Un improvisado negocio es el escenario donde cada día este hombre oferta sus empanadas con jugo. Se barre poco y aparentemente no es supervisado por las entidades sanitarias. Con un recipiente de reusado por la falta de servicios básicos para el lavado, el hombre intenta higienizar la meseta.

Con aceite calentado una y otra vez, se cuece la mayoría de la fritura que consumen los dominicanos, con poco o nada de estilo de vida y mucho menos, habito alimenticio. Lo que hace la diferencia entre una dieta sana y balanceada o una dieta “basura”, está en comer bien con certeza de lo que se lleva al paladar, o comer más pagando menos, sin saber seleccionar y combinar los alimentos que nutren.

La diferencia de es evidente, pero lo verdaderamente decisivo de 8:00 a 10:00 de la mañana entre quienes van a las frituras ambulantes, con más solicitudes que algunas franquicias, es alargar los pocos pesos de que disponen para alimentase muchos de los empleados públicos y privados. Prima la necesidad de echarle algo al estómago hasta tanto se llega a su casa para almorzar, a eso de las 2:00 ó 3:00 de la tarde. En el transcurso de las seis horas, consideran que lo más conveniente es comer harina con jugo o frito con carne, en lo que gastan entre 20 y 50 pesos.

En esta situación se encuentran trabajadores de la Lotería Nacional, el Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos (INRHI), Dirección General de Catastro y hasta la Secretaría de Trabajo. Juan Francisco Rosario, mensajero, no puede hacer el sacrificio de conseguir un buen desayuno. Optó por una empanada con salsa y otros aderezos, y un jugo de diez pesos.  Desde un simple jornalero, un profesional salariado o independiente hasta ejecutivos con cierta solvencia, gustan en la calle de comida mal elaborada y carente de higiene.

Los vendedores de fruta quedan en desventaja en las áreas donde hay fritura. Aunque Claribel Reyes, empleada pública, no quiere saber de los aceites de las frituras que parecen quemados.

LUCRATIVO NEGOCIO

El vendedor Romero afirma que diariamente atiende a ciento y pico de clientes, algunos de los cuales están tan necesitados, que debe darle crédito, mediante una tarjeta que confecciona para contabilizar el día y el valor de lo que consumió.

Sostuvo que el negocio “deja algo para tener una mujer tranquila, comiendo bien”, pero lo cierto es que detalla unas 300 empanadas por día. Tiene 30 años en este trabajo. Construyó dos casas y adquirió un carro, además de una camioneta que usa para el negocio. Mantiene seis hijos y cubre los gastos de su segunda esposa. En su puesto de la avenida República del Libano con Jiménez Moya se hizo prestamista.  No da abasto para las solicitudes entre 6:00 de la mañana y 5:00 de la tarde, tienen en que obtiene una ganancia neta de mil  y pico de peso. Con el poder que dice sentir del dinero que consigue, explica que no se expone a que lo atraque “ningún tigre, porque yo esto armado y de todo”.

Explicó que antes vendía en un triciclo, pero que los funcionarios y los agentes de la administración del síndico Roberto Salcedo lo asediaron tanto, que debió hacerse de una guagua.

Amarilis Ramírez dice no irle tan bien como a Romero, a quien debe pagarle diariamente RD$40, por utilizar una parte de su camioneta para montar su  negocio de sándwich En una vieja tostadora, que le ha quemado los dos brazo, Ramírez elabora los panes que oferta a 15 y 20 pesos. Nadie le ha reclamado que pique repollo en una funda, al aire libre. Todo el que se acerca a su negocio, afirmó, le gusta lo que hace. De esta labor se gana RD$300 al día, de los que reserva 20 pesos en un mes tener el dinero del alquiler de su casa en la comunidad de Quitasueño. Como su  marido la abandonó, sus cuatro hijo quedan sólo, por dijo que le echará aceite caliente a los policías municipales que vuelvan a quitarle su mercancía.

Francisco Rosa buscaba un documento en la Secretaría de Trabajo y cuando el hambre le apretó, tuvo que acercarse a la friturera. Salió con un platillo repleto de carne.

Contó que los agentes la obligaron a quitar el puesto estando embarazada  y para recuperar la vitrina y el cilindro de gas, debió pagarle RD$500 al Ayuntamiento de la capital, pero le retuvieron los ingredientes valorados en RD$790. “Tomaría nosotros que nos pongan a pagar una cuota en el Ayuntamiento y que nos dejen aquí”.

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