Veneración por los celulares

Veneración por los celulares

Horacio

consultoria en la era digital

¿Recuerdan lo mucho que se ha aspirado -para que la democracia sea plena supuestamente- a permitir que se escuchen las voces de los que nunca la han tenido? ¡Pues ahora, válgame Dios, la espléndida conectividad electrónica ha llenado al mundo de teclados para emisiones diversas que convierte a los ejercicios de opinión en un mosaico de razones y sinrazones en el que los sabios y los seres bien informados compiten en divulgación de pareceres con los exabruptos y burradas de aquellos que se apartan de la emisión ponderada de ideas para recurrir a evacuaciones que pueden caer fuera o dentro del cajón según la puntería de sus asentaderas.

Todo un derecho nuevo a dejar salir lo que primera llega a la mente, tenga lógica o no, y mientras más carezca de fundamento y de consideración al prójimo, más vocación tendrá para convertirse en trending topic o basura textual dominante en las redes de seguimiento.

Mientras más tremendista se comporte el emisor, y menos respeto exhiba por la verdad, más triunfales resultarán sus glosas al calar los auditorios. Antes, la falsedad no había tenido tan elevados pedestales y expeditas vías de penetración hacia la psiquis colectiva. Ya la morbosidad no duerme. Dispone de excesivos materiales para alimentarse. Fake News, llaman algunos.

Anteriormente, los disparates y las conjeturas que se precipitaban sin rigor desde cerebros demasiado imaginativos, viajaban de boca en boca a velocidad de tortuga. Después que alguna señora llegaba a la instantánea conclusión de que su marido le era infiel sin haberlo visto en reales vías de hechos, y sin atención a que se trataba de un cónyuge de misa dominical y hostias, la versión oficiosa nacida a la hora del desayuno venía llegar al otro extremo del pueblo pasado el mediodía. Los que hacían siesta ni siquiera se enteraban.

Cuando en el 1946 el mar entró por la costa norte causando destrucción en incontrovertible hecho que merecía difundirse para que los demás se prepararan con la obtención de botes salvavidas, los relatos vinieron a llegar a otras partes cuando ya las aguas se habían retirado y las víctimas mortales yacían en tumbas.

A falta de otros temas y manjares sonoros, dignos de ser tendencias en ese pasado rudimentario, aquí se estuvo hablando del maremoto durante muchos años después, como si la «España boba» no hubiera pasado a la historia.

No había, lógicamente, para beneficio de la humanidad de entonces, el Internet sapientísimo y comunicativo que pone a mucha gente bajo la influencia de pendejadas, mientras a sus reales ventajas y concretos beneficios para vivir como Dios manda y progresar, solo hace caso una minoría inteligente y con los pies en la tierra.

Ahora el planeta se ha poblado de cibernavegantes que les hace parecer meras extensiones o receptáculos de los dispositivos que aparentan portar. Primero el rey que su corte.

Un aliado inverosímil que cuando deja de timbrar vibra con presagio de minucias, confidencias y majaderías que llevan a mucha gente a conducir vehículos mientras está conectada, regodeándose con los últimos cuentos de camino, en una falta de concentración que lleva a cruzar los semáforos en rojo y que puede llevar al olvido de que más adelante hay un imprudente obelisco en medio de la avenida que nadie ha podido tumbar a pesar de una larga historia de embestidas vehiculares con alcohol en las venas.

En estos tiempos, la embriaguez que pone la atención humana en la luna llega en ondas de radio por redes y auditivos que se adueñan de cerebros.

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