Vistiendo camisetas nacionales, alzando banderas y luciendo los rostros pintados con los colores de sus respectivos equipos, los aficionados de República Dominicana y Venezuela celebraban por todo lo alto el último partido de la Serie del Caribe que enfrentará a ambos países en la ciudad de Miami (Florida).
“Es un ambiente completamente beisbolero, con mucha bulla y alegría que es lo que más nos gusta de este deporte”, decía a EFE el dominicano Jesús Robles que dejó por unos días el frío de San Luis (Misuri) para disfrutar unos días del buen clima del sur de Florida.
Varias horas antes de que iniciara el juego, cientos de aficionados llegaban poco a poco a los alrededores del LoanDepot Park, el estadio donde el equipo local de los Miami Marlins juega regularmente los partidos de las Grandes Ligas de Béisbol (MLB, por sus siglas en inglés).
Saúl Arámbule, otro dominicano residente en el sur de la Florida, había preparado su particular fiesta con un gran altavoz que iba reproduciendo música de su país natal.
También había cocinado una bandeja llena de chicharrones “para estar bien alimentados” y había colocado una mesa en la que varios de sus compatriotas pasaban el rato jugando al dominó “para hacer tiempo” antes de entrar a las instalaciones donde se iba a jugar esta final de la Serie del Caribe.
“Esto va a ser un fiestón, hay que disfrutarlo y sé que las buenas vibras también se van a sentir en República Dominicana”, decía el hombre que vestía una camiseta con la bandera nacional.
A pesar del gran ambiente dominicano que había en la calle, parecía que los aficionados venezolanos se hicieron sentir mucho más.
La razón principal es que la comunidad venezolana es mucho mayor en el sur de la Florida debido a la gran migración que se ha producido desde ese país al Florida en los últimos años.
Los venezolanos, “como en casa” Según datos del Instituto de Políticas Migratorias (MPI, en inglés) en el estado del Sol viven más de 400.000 venezolanos, en comparación con los 270.000 dominicanos.
“Esto parece ahora la Pequeña Caracas”, bromeaba un vecino mientras caminaba por una calle aledaña al estadio, situado en el barrio de la Pequeña Habana, conocido así porque en esta zona se instalaban muchos exiliados cubanos tras salir de la isla caribeña.
Gabriela Peña, una venezolana de 51 años, se desplazó desde la ciudad de Orlando (Florida) junto a su hija, Aila Ávila, para ver esta “gran final” del torneo.
Hace diez meses que dejaron Caracas (Venezuela) en busca de una vida mejor y, aunque reconocen que “se extraña mucho el país de uno y, especialmente, la familia”, vivir este partido con tanto ambiente venezolano “le hace sentir a uno más cerca de casa”.
“La vibra que hay es increíble, es como sentirme otra vez en Venezuela. Es como si estuviera en el estadio Monumental de Caracas o en el Universitario”, aseguraba la joven de 21 años mientras su madre agregaba que “los venezolanos dejamos el sabor caribeño en las gradas”.
Muchos confesaban que esta era “la final soñada” para los amantes del béisbol que asistían a este torneo que congrega a los principales equipos de béisbol de América Latina.
Por su parte, el dominicano Aris Díaz se mostraba confiado en que su equipo consolidaría su liderazgo en esta disciplina deportiva.
“Nosotros como dominicanos estamos acostumbrados a batallar y ya se sabe que nosotros no ganamos juegos, nosotros ganamos Series del Caribe”, auguraba entre risas el joven que viajó expresamente desde República Dominicana para asistir a este campeonato que arrancó el 1 de febrero.
En cambio, para el venezolano Alejandro Ávila este juego suponía “una revancha” ya que el año pasado la final del Clásico Caribeño se disputó entre el equipo dominicano de los Tigres del Licey contra los Leones de Caracas, de Venezuela, y confiaba en “que ahora es nuestro momento”.
En esta ocasión, los Tigres de Licey regresan a la final, pero ahora contra otro equipo venezolano- Los Tiburones de La Guaira.
“Este es un duelo importante y para nadie es un secreto la cantidad de venezolanos que estamos acá, y es un orgullo poder animar a nuestro equipo que hace más de 38 años que no ganan”, recalcó el joven convencido de que “este es un logro para ellos”.
Ante el aluvión de aficionados que acudieron al estadio, la policía de la ciudad de Miami montó un dispositivo especial de seguridad. Los accesos al estadio, con capacidad para 37.000 espectadores, quedaron completamente cerrados al público, de manera que los asistentes podían desplazarse a pie con mayor seguridad.
“Estamos pidiendo al público que vengan, disfruten pero que respeten las leyes y las reglas del estadio”, declaraba el portavoz de la policía de Miami, Freddie Cruz, satisfecho porque “no ha habido ni un solo altercado en los diez días que ha durado la Serie del Caribe. Además, para el partido se pudo colgar el cartel de “todo vendido”, de manera que solo aquellos que habían comprado con antelación los boletos pudieron ser testigos del ambiente que se estaba viviendo en el sur de la Florida.
Dalver Reyes fue muy previsor y, confiado en que República Dominicana iba a volver a estar en la final, compró las entradas hace seis meses.
“Tenemos boletos justo abajo, en el campo, así que somos unos privilegiados. Sabía que íbamos a llegar a la final, aunque fuera gateando”, comentaba.
El hombre había comprado el pack completo para ver todos los partidos por “unos 300 dólares”, por lo que se alegraba de haberlo hecho porque “si no, los últimos boletos que estaban disponibles costaban más de 500 dólares solo para un partido”.