Resulta difícil concebir que Nicolás Maduro hubiera consentido en celebrar unas elecciones presidenciales supuestamente democráticas y transparentes, aceptando el riesgo de perder el poder. La oposición, que llevó a cabo una campaña efectiva y que, según encuestas confiables, contaba con los números necesarios para triunfar, pecó de ingenua al no prever un escenario en el que el régimen manipulase las actas y el conteo electoral para perpetuarse en el poder.
Los dominicanos hemos aprendido que el fin de las dictaduras suele llegar mediante la violencia, una solución lamentable pero a veces necesaria para destituir a autócratas que se apropian del Estado y desean, ya sea por destino o capricho, “liderar” un país.
La situación en Venezuela es sumamente compleja. Al imponer un resultado electoral que aparenta no ser legítimo, y con un consejo electoral evidentemente controlado por el poder oficial, el país se ha aislado de la comunidad internacional, especialmente de aquellos países que no han reconocido los resultados. Entre ellos se encuentra la República Dominicana, con la cual las relaciones están suspendidas. La respuesta del presidente Luis Abinader ha sido coherente con su firme creencia en la democracia, en la transparencia y en la justicia electoral, solicitando un recuento de las actas con observación internacional.
La oposición venezolana enfrenta un desafío monumental al no poder oficializar los resultados que manejan. Las soluciones disponibles son difíciles: una posible guerra civil, o el aislamiento internacional de Maduro, que podría provocar en el corto plazo la caída del régimen. Sin embargo, este último escenario sigue siendo riesgoso, ya que el tiempo juega en contra de la oposición. Como se ha observado en procesos anteriores, a pesar de las quejas y reclamos de la ciudadanía, de otros países y de organismos internacionales, todo se queda en pronunciamientos vacíos.
El papel del expresidente Fernández en estas elecciones no fue el esperado por el pueblo dominicano. Sus declaraciones, aunque extensas, carecieron de contundencia. Estas no se alinearon con la posición del gobierno dominicano, ni sirvieron de respaldo a la postura oficial de apoyar la democracia en Venezuela.
En este momento, Maduro apuesta al paso del tiempo, al olvido y al desgaste de la oposición en este proceso post-electoral. Por su parte, la oposición debe intentar provocar una reacción internacional que realmente genere una crisis de ingobernabilidad post-electoral. Resulta interesante que los aliados internacionales de Maduro como China, Rusia, Brasil y otros países latinoamericanos se la juegan para que este se mantenga al frente del régimen. En contraste, los países que apoyan a la oposición muestran una tibieza que mantiene el status quo.