Vengo a pagar la diferencia

Vengo a pagar la diferencia

Hace cerca de dos años sufrí una operación de la vista: Catarata. La oftalmóloga, de muchos servicios exitosos, me dijo a tiempo: –Yo quiero que lo opere mi hijo, que tiene bastante tiempo en especializaciones en varios países. Me complacerá que usted sea el primer dominicano que, en su rama, él asista. Después de la intervención, me indicaron lentes progresivos.

Año y medio después, volví al chequeo. Me indicó cristales. Me dirigí al optómetra e hizo su labor. Era miércoles, fecha inmediatamente anterior a la juramentación del nuevo presidente de la república Danilo Medina. Aquél me advirtió que, siendo el jueves siguiente fecha festiva, que pasara a buscar los lentes el lunes próximo; que si el mecánico los ajusta antes, me llamará en esta misma semana, viernes o sábado. Estos cristales, a diferencia de los anteriores, no fueron progresivos. El oculista había indicado unos cristales diferentes.

Aquella vez, cuando la doctora me habló acerca de la realización de la cirugía a cargo de su hijo, le pregunté:

– ¿Cuándo su hijo estará aquí?

–A final del año. El viene siempre para las festividades de diciembre. Ya estamos a finales de noviembre. Eso quiere decir que no dilata mucho en hacerse presente. Yo me encargaré de fijar la fecha.

En efecto, la fijó para el dos de enero siguiente, para que su hijo no tuviera que aplazar su retorno al centro de salud donde estaba asignado.

En la expectativa del tratamiento, recibí una llamada de la cirujana. Intercambiamos distintos temas.

Pasé a preguntarle acerca de la operación. “Comprendo que debí decírselo temprano”. Cuando la madre le habló del compromiso, él le dijo: –No, mamá–. Yo me quedo aquí por el resto de la vida, no te precipites por la fecha.

La operación resultó en la fecha acordada. Ya he dicho que me han recetado otros lentes con las medidas que corresponden a la calidad de mi visión, con el paso de los años.

En fecha reciente estuve en el gabinete médico  de ambos profesionales. Días después recibí nuevas gafas. Noté, sin embargo, una peculiaridad.

Fui al optómetra y le hice saber mi tragedia:

a) Un automóvil delante de mí, veo dos automóviles.

b) Si va una persona, también veo dos;

c) Si en el asiento trasero de un vehículo van dos personas, veo cuatro;

d) Si bajo la vista y los ojos alcanzan a ver la placa trasera, que delantera no tienen, logro ver dos placas o cerca de dos numeraciones dentro de una que, a mi ver, se ha mancomunado con la otra ¿Cuál será la verdadera?

En fin, por la magia de la duplicación: árboles, aceras, carros, postes de luz, bandera, casas, personas…

Me acerco al despacho del ejecutante de los lentes. Pregunta: –¿En qué puedo servirle?

 –Pues mire usted, amigo mío, si no es mi obligación doblarle el costo por su servicio. Usted se empeñó.

Lo creo. Entonces yo debo pagarle como corresponde a su realización. Imagínese, cuando mi vista va en el deleite  de dos fabulosas, con pantalones “jeans” bien ajustados, y al acercarme se trata, solamente, de una obra del embrujo de los lentes que usted me entregó.

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