Ventajas de los pasado meridiano

Ventajas de los pasado meridiano

No había reparado que en un banco donde tengo cuenta corriente hay una ventanilla para atender a personas discapacitadas, y a las que  sobrepasan los sesenta y cinco años de edad.

La valiosa información me ha librado de las frecuentes largas filas que sufren quienes  no poseen la citada carga geriátrica.

Ocupaba el  último lugar en una hilera, cuando la cajera me gritó que me acercara, atendiéndome de inmediato.

Fue tan educada, que en lugar de decirme que lo hacía por mi edad avanzada, atribuyó su decisión a mi condición de periodista y escritor conocido.

Pero cogí bien la seña, y pensé que era justo que no todo fuera desventajoso para aquellos que hace tiempo dejamos atrás la adolescencia.

Sin embargo, me enteré de que a muchas mujeres, y a algunos hombres, les disgusta que los llamen a la ventanilla geriátrica, llegando a regañar a los cajeros que han mostrado esa imperdonable “falta de tacto”.

Recientemente fui a una oficina de la Dirección de Impuestos Internos a cumplir con mi obligación aurífera, y vi que los contribuyentes abarrotaban el local.

Me disponía a retirarme cuando una hermosa empleada me preguntó si no me disgustaría que  me asignara uno de los turnos de los envejecientes.

Respondí que aceptaba el privilegio, y que le agradecía lo de envejeciente, porque hacía mucho tiempo que había envejecido.

Llamé el pasado fin de semana a una sala de teatro para conocer el precio de las boletas de la obra que presentaban, y me informaron que eran cuatrocientos pesos, pero que los estudiantes y los que pasaban de sesenta años pagarían trescientos.

Una amiga sexagenaria visitó una plaza comercial, y estacionó su vehículo en el lugar reservado a los discapacitados y mayores de sesenta años, pero fue enfrentada por un guardián, quien le señaló que ese sitio era para personas mayores.

No valieron sus argumentos, pues el hombre afirmaba que ella lucía muy fuerte y muy joven, y la dama, halagada su vanidad, retornó a su casa y trajo los documentos que probaban que calificaba para parquear donde lo había hecho.

Ahora, cada vez que visita el centro comercial saluda al guardián con una sonrisa, y en más de una ocasión ha depositado en sus manos pequeñas sumas del injustamente llamado vil metal. 

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