Ventajas del poco comer

Ventajas del poco comer

PEDRO GIL ITURBIDES
Hace poco Rossy, mi mujer, me invitó a que la acompañase a comprar los alimentos para un período determinado. Ella se ha preguntado la razón entre los actuales niveles de depreciación/revaloración del peso y el valor de los artículos de consumo. Y como parte de las interrogantes que me transmite, cuestiona la similitud del precio al detalle de muchos artículos con los que tenían cuando el peso estaba mucho más devaluado. Y en efecto, cuando la cajera sumó lo comprado, estuve a punto de sufrir un síncope.

–Hay que tomar medidas, dije.

–No somos sastres, me ripostó.

–Sí pero… Estaba a punto de iniciar una disertación sobre economía política cuando recordé lo que el doctor Pedro Recio recomendara a Sancho Panza. Eran los días en que una noble familia, admiradora a su manera de los desatinos de don Quijote, decidió acogerlos en su palacio. Y hete aquí que el caballero de la Mancha y su noble escudero no pasaban días sin que las maravillas sacudiesen su sesera. Los duques crearon un ambiente propicio al encandilamiento del caballero y a la candidez de su servidor.

El escudero, a esta hora, es gobernador de la ínsula de Barataria. En la noche ha soñado que el cargo, resultado de las gestiones de su amo, deparará mesa de exquisiteces para él. De hecho, en respuesta a una carta de su amo, le escribe a don Quijote que «cuando pensé venir a este gobierno a comer caliente y a beber frío, y a recrear el cuerpo entre sábanas de holanda, sobre colchones de pluma (no pensé que venía) a hacer penitencia como si fuera ermitaño».

Aludía al desayuno de esa mañana, la primera de su gobernación. Habiéndolo encontrado rollizo, el médico de «su» corte, el doctor Recio, recomendó un frugal desayuno consistente en cuatro vasos de agua y un poco de conserva. Sancho trató de convencer al facultativo para que le cambiase aquello por una hogaza de pan y un racimo de uvas. Pero éste le señaló que «los manjares pocos y delicados avivan el ingenio».

Pensé en el enfoque que daría al asunto frente a mi mujer. Me dije, empero, que esta referencia traería una reyerta de la que, sin duda, se enterarían los lectores a través de las noticias policiales. Así que me dije: olvídate de dar consejos sobre ahorros domésticos diversos.

No pude, sin embargo, dejar de recordar la vez en que Joaquín Balaguer me dijo lo mismo que el doctor Recio a Sancho Panza. Tras el paso de los ciclones David y Federico, a fines de agosto y principios de septiembre de 1979, debía ir a verlo a Nueva York. Abierto el aeropuerto internacional Las Américas, monté el primer avión que salía hacia la más populosa ciudad dominicana en los países. Llegué cuando Carmen Rosa, la sobrina, ayudaba a su madre, Rosa, y a su tía, Enma, a levantar la mesa. Se asombró doña Enma, como le decíamos, al verme, pues me había llamado temprano esa mañana. «Tienes que comer algo», me dijo. Pero intenté cambiar aquello por un jugo de frutas o un vaso de leche. Enredados en aquella insignificante discrepancia, nos dejamos escuchar en la sala vecina, en la que ya descansaba Balaguer. Gritó a su hermana:

-Enma, dale el jugo o la leche que pide Pedrito, o no le des nada. ¡Y usted, Pedrito, acabe de venir donde mí, que fui yo quien lo llamé!

Y cuando llegué a su vera, junto al sillón reclinable en que descansaba, me dijo:

«Lo que ella no sabe es que los que no comemos duramos más.»

Aquella anécdota llegó a la punta de mi lengua, y ya estaba listo para soltarla, cuando recordé la carta que don Quijote le mandó a su amigo y fiel escudero, gobernador de Barataria. Uno, entre los varios consejos, decía:

«Para ganar la voluntad del pueblo que gobiernas… entre otras cosas (debes) procurar la abundancia de los mantenimientos; que no hay cosa que más fatigue el corazón de los pobres que la hambre y la carestía».

Y puesto en condición de olvidar los consejos, me dije que no me queda sino trabajar con los mismos ahínco, paciencia y resignación que el burro de Sancho Panza. Y junto a mí, el pueblo. Y no precisamente el de Barataria, sino el de aquí.

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