Luego de arduas negociaciones con Rusia y la mediación de Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos, Estados Unidos logró la liberación de la baloncestista Brittney Griner mediante un canje con el prisionero ruso Viktor Bout.

Bout –al que apodan de forma sonora “El mercader de la muerte”- guardaba prisión en EEUU desde 2010 tras ser extraditado desde Tailandia con la acusación de tráfico ilegal de armas. Griner, en cambio, fue detenida en febrero pasado luego de ocupársele en Rusia un aceite de cannabis.

El ruso de las armas es un personaje pintoresco, extraído de la Guerra Fría, un héroe o villano según desde el patio que se aprecie. En 2005 se rodó la película “El señor de las guerras” en donde Nicolas Cage interpreta un súper-poderoso Bout.

En su expediente, el ruso es acusado de armar guerrillas en África, Asia y Medio Oriente. A Angola, Afganistán, la antigua Yugoslavia y las FARC de Colombia llegaron sus AK-47. Charles Taylor y Gadafi figuran entre sus clientes, según Washington.

Ahora bien, el caso Bout luce como “el árbol que cubre al bosque”. ¿Acaso no habrá muchos “Viktor Bout” atizando guerras? O ¿acaso las ventas de armas no es uno de los mejores negocios de las grandes potencias? Ahora mismo los fusiles y misiles de Occidente llueven como maná sobre Ucrania. Y hasta en manos de pandillas haitianas aparecen. ¿Quién las vende? Los verdaderos “mercaderes de la muerte” se cotizan en bolsas de valores. Bout debió ser un asalariado de uno de estos grandes mercados que se nutren de pólvora y sangre.