Vericuetos de la comunicación

Vericuetos de la comunicación

SAMUEL SANTANA
Lo peor que le puede pasar a cualquier país del mundo es tener una prensa que no cuente con libertad de expresión o que en su accionar no se ajuste a principios éticos y morales.

Los ciudadanos recurren a los medios de comunicación por confiar en que estos son fieles y estrictos en la difusión de los hechos y porque son los más dignos portavoces de la verdad y de los intereses sanos.

Se vive una realidad muy lamentable cuando no se cumple con estas afirmaciones deseables.

Lo sagrado de esta vocación requiere de una condición humana muy elevada. El odio, el egoísmo, el cinismo y, sobre todo, la ambición materialista y de poder nunca deberían predominar en el alma de un comunicador. Cuando esto sucede, se produce una contaminación que afecta no sólo la esencia de la vocación sino los elementos con los que trabaja.

Todo comunicador debe tener bien claro que la naturaleza de su vocación, usada en su estado natural, no es fuente productora de riqueza, ascenso, goces ni bienes materiales. Lo contrario a esto ha sido criticado fuertemente, especialmente en la literatura europea a través del género novelístico.

La gente confiará y le prestará atención a un periodista hasta tanto él de muestra de mantenerse independiente y de vivir una vida consecuente con su realidad socio-económica. Un cambio repentino, y sin explicación lógica y justificable, levantaría inmediatamente la sospecha en su contra.

La realidad indica que hay un ataque que se produce por una serie de intereses que confluyen: los ciudadanos que buscan afanosamente la verdad y que se les defiendan sus derechos, una clase –generalmente la política y de Estado– que entreteje escaramuzas contra la verdad de las cosas y la misma situación del periodista, quien es el que está comprometido a tomar una decisión.

Algunos no soportan y caen en la tentación. Lo hacen a través de la afiliación o identificación con algún sector, generalmente el político por ser la fuente más abordada, de mayor interés y la que más puede beneficiar.

Por lo general esto lleva a que la credibilidad sea afectada, incluso por el sólo hecho de ser favorecido algún relacionado cercano al comunicador. En lo adelante se pensará que toda opinión emitida es un pago por el beneficio recibido.

Un medio o un periodista puede resaltar los logros de un gobierno o de cualquier otro sector o figura pero de ellos se espera siempre que difundan, sin maquillaje alguno, las faltas, los errores y los defectos con miras a que se corrijan. Y es preferido lo último porque la actuación correcta de un gobierno no es más que el cumplimiento de lo que es una obligación o deber.

Es por eso la importancia de la independencia o del no compromiso.

Lo demás tiene que ver con el manejo del contenido noticioso-mayormente el rango de colocación y de despliegue-.

Sin embargo, esto no afecta tanto la naturaleza de la verdad como lo expuesto hasta ahora. Un lector avezado, agudo, juicioso y bien edificado sabrá que no siempre lo que está en primera o a lo que se le da mayor despliegue es lo de mayor importancia. El interés del medio o su staff ejecutivo pueden tener percepciones distintas a las del mismo lector. Lo importante es que la información sea difundida.

Lo cierto es que debe constituir una verdadera preocupación para cualquier sociedad la merma de me dios de comunicación cada vez más sólidos en la difusión general de las informaciones y de comunicadores cada vez más comprometidos con la esencia de la vocación.

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