Verse en las barbas del vecino

Verse en las barbas del vecino

Horacio

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Horno de carbón. Fuente externa.

Sin que esté  a la vista una propensión local   a emular la rebeldía con descuadres institucionales que sacuden cercanos territorios, cabe  de todos modos encender alarmas aquí  contra posibles transmisión de consecuencias desde Haití, por lo fácil que podrían ser traídas las desgracias por caminantes y minibuses de traficantes. Todavía el río Masacre se cruza a pie y este país es de particular vocación para acoger a sobrevivientes  del caos  en sus umbrales.

Bien sabemos que las muchedumbres provenientes  de la etnia de Louverture que a diario llegan temprano a  las obras  de construcción nacionales son tan nutridas, que a base de su fuerza bruta movida por bajos  salarios  servirían para levantarle una segunda planta al país. Una ganga permanente de mano de obra.

 ¿Qué vendría a ocurrir si el rancho sigue ardiendo  en el oeste de la isla  y  Jovenel Moise insiste en considerarse dueño, con delirios vitalicios, de la presidencia de la más antigua república  negra del mundo,  como si le hubiera sido dada  en testamento por el difunto Duvalier?

 El bando perdedor de la  loca disputa por  dirigir un Estado fallido pretendería «anexarse», sin tirar un tiro, las partes que le faltan por hollar al este del Artibonite, donde encuentran hospitalidad  siempre que vengan a faenar por poca plata  y bajo el ardiente sol, que para una buena parte  de los lugareños holgazanes o patronos pretensiosos de riqueza fácil, «el trabajo lo hizo Dios como castigo».

Podría sobrevenir un éxodo adicional  de las familias muy pobres  que  en su patria encienden fogones cada día con carbón que proviene de la quema forestal  en cordilleras dominicanas.  Esas que al emigrar, disparadas por la exacerbación de turbas letales por predios de Puerto Príncipe, Juana Méndez, Hinche y Gonaives, pasarían en masa a  esta su “tierra hermana”, y casi de imprecisa pertenencia, con todo y  sus ollas, anafes y calderos para la incineración directa de los bosques.

Parir acá –porque también espantarían mulas las preñadas- tendría un efecto multiplicador inundando  centros regionales de Salud que más cerca queden  de los límites geográficos para  adentrándose territorialmente hasta un poco más acá de Cabo Engaño. Las salas de partos de Verón y de toda la zona cañera y turística que circunda ese injerto urbano sin bandera en el Este de la República, seguirían reservadas para las ultra fertilidades uterinas de los  «pequeños» Haití  que existen desde hace tiempo en toda esa jurisdicción, que no sabemos el porqué  tratan verbalmente a tales cotos  como escasos de tamaño cuando por esos lados  el español tiende a desaparecer.

El ordinario ingreso de forasteros, limosneros y limosneras, de todas las edades que aquí se destinan a las esquinas, recibiría un impulso adicional a la pasión por aparearse que acompañan a los demográficamente fecundos haitianos, dentro y fuera de sus límites soberanos, y que hace ver con frecuencia a sus mujeres rodeadas de muchachitos que extienden la mano.  Ahora la posibilidad de morir en una guerra civil alimentaría una romería mayor de la mendicidad. Muchas intersecciones de la patria de Duarte quedan todavía despobladas de miseria  extranjera a la espera de advenedizos.

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