Viaje al futuro

Viaje al futuro

UBALDO GUZMÁN MOLINA
José Manuel Encarnación, de 70 años, se levantó una mañana de diciembre de 2037, con una sensación de angustia y pesar en su alma. Encendió la pantalla semitransparente de su Gate-Einstein y dio un vistazo simultáneo a los diarios digitales. Antes había leído dos diarios en el balcón de su apartamento, deteriorado desde la muerte de su esposa. El país había tenido algunos progresos, pero persistían graves problemas de pobreza, déficit de agua potable, cortes en el servicio eléctrico, transporte caótico, gobierno irresponsable y, sobre todo, una delincuencia sofisticada.

Recostado en su cama, encendió el televisor con el control remoto. Pasó por varios canales y se detuvo en el programa de mayor audiencia. Se trataba de “Los tígueres de la mañana”, dirigido por haitianos y descendientes de haitianos. Hacían comentarios descarnados e irreverentes de los dominicanos, a quienes tildaban de las peores aberraciones y se burlaban alegremente. Tenían licencia para la vulgaridad y la ofensa, y nadie levantaba un dedo para censurarlos.

Encarnación, sobreviviente de dos infartos, se sintió molesto por los datos preliminares del último censo de

población y vivienda, según los cuales la población haitiana había desplazado a la dominicana en los grandes centros urbanos.

Recordaba las preocupaciones de algunos teóricos dominicanos, a principios del siglo XXI, la mayoría muertos, sobre la peligrosidad de la presencia haitiana en el país. Ningún gobierno hizo caso, porque hubo una cúpula cívico-militar que se benefició de ese trasiego. Y hacía mucho tiempo que los pronósticos, que parecieron exagerados en su tiempo, se habían cumplido inexorablemente.

Los haitianos no sólo habían penetrado a los medios de comunicación, sino las Fuerzas Armadas, la Policía Nacional, la Suprema Corte de Justicia, el Congreso y los ayuntamientos. En fin, en todo. Había varios programas en creole y el merengue haitiano estaba desplazando el merengue dominicano y la bachata.

Con ocasión de la conmemoración de un siglo de la matanza de haitianos de 1937, varios dominicanos fueron ejecutados con un tiro en la frente. La investigación amañada no dio con los responsables, a pesar de que las evidencias sindicaban a tres haitianos vinculados con instancias del poder.

En el programa “Los tígueres de la mañana”, el productor principal, un mastodonte de 290 libras, despotricaba contra los dominicanos e instaba a sus compatriotas a vengarse sea como fuere y en cualquier terreno.

Durante un vuelo en una avioneta, Encarnación se dio cuenta, con mucha amargura, que la República Dominicana se estaba convirtiendo en otro Haití. La cobertura boscosa era escasa. Llovía mucho, pero el agua iba al mar. La escasez de agua potable era un problema grave en más de cinco ciudades. Incluso se hablaba de importar el líquido.

Encarnación no era un hombre pesimista, pero había tantos elementos que lo sumían en la desesperanza. En su residencial vivían quince haitianos, los guardianes y las mujeres de servicio eran de esa procedencia. Nunca fue anti-haitiano, pero consideraba que los haitianos tenían que vivir en su país y los dominicanos en el suyo. Se sentía asqueado de tanta tolerancia perniciosa, y el futuro del país lo veía gris. En el Congreso se debatía un proyecto que pretendía unificar los dos países. Ya era el colmo.

Los achaques de salud de Juan Manuel lo mantenían confinado a su apartamento. Se salvó por poco de un intento de atraco en la avenida Lincoln, perpetrado por un haitiano en una motocicleta ZR-23. Llegó a la conclusión de que el país estaba como él: irremediablemente perdido.

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