Viaje por  el universo sonero del Caribe

Viaje por  el universo sonero del Caribe

“El son es la expresión íntima de la alegre y contagiosa alma caribeña”
En estos textos  les invitamos a un paseo por el universo sonero de Santo Domingo.  Hemos visitado sus planetas: bailadores, músicos, animadores, teóricos, empresariales, todos los cuales están interconectados. Desafortunadamente las limitaciones en términos de espacio y tiempo nos han llevado a restringir nuestra presentación a uno o dos de los más destacados de cada género, a veces sin ni siquiera poder mencionar los otros héroes de este arte.

En lo relativo a la danza nos hemos concentrado en el Club Nacional de los Soneros, con sus directivos, quienes  cayeron en el calderón del son a una edad tierna. Mencionamos el Club Julio Zapata Rodríguez, de Haina, y el Club de Boca Chica. Existen muchos más como el Club de San Luís… También les invitamos a la casa de Maura Montero el domingo antes de que se vaya a bailar. Muchos más hubieran merecido nuestra atención y ante todo esta destacada pareja que fueron Bonyé y su esposa Chencha. Que nos disculpen.

En el planeta musical les dedicamos el artículo a Batolito y sus Bravos del Son y a Sonia Cabral y sus Científicos del Son, que son siete. Solamente mencionamos los Nuevos Soneros de Haina y el Grupo Bonyé, sin poder presentar los otros grandes músicos que son El Grupo Maniel, Eddy y su Perla y por supuesto Cuco Valoy. Que nos disculpen.

En lo que va de la teoría, hemos dado la palabra solamente a Néstor Sánchez y Dagoberto Tejeda así como a Andrés Fortunato Victoria. Los puntos de vista de otros grandes teóricos como Gustavo Arias, Carlos Andujar…hubieran sido apasionantes.

Les vamos a llevar al bar Señales en Boca Chica, a la Playita de Nigua, al Secreto Musical en Villa Consuelo así como cada domingo en la noche a las Ruinas de San Francisco en la Zona Colonial. Existen muchos otros lugares donde bailar y disfrutar el son: La Zona Fría, el Cañón del Son, etc.

Al final de esta larga investigación hemos llegado a la conclusión de que en estos tiempos de globalización, lo que está en juego con la lucha por el son es más bien la sobrevivencia de la cultura original y con una vocación universal, así como de la identidad y de la independencia de los pueblos caribeños. Por esta misma razón, a terminar sus fiestas danzantes los miembros del Club Nacional de los Soneros cantan haciendo una ronda “el son no se va morir”.

Primero que todo, les invitamos, el domingo a la casa florida y decorada de pinturas coloridas del Caribe, en la Av. Las Américas, de Maura Montero, alias “La Sencilla del Son”. Ahí recibe asus familiares y amigos, antes de ir, a las cinco, a bailar en el Club 60, en la Máximo Gómez, con su parejo Pedro de los Santos y Androdomes, su hijo mayor.

“El son es mi vida. Es respeto del alma, levanta el espíritu, enardece el corazón” dice Maura. “Cuando me deprimo me receto tres o cuatro piezas que bailo sola, y me recupero”. Cuando se murió su hijo menor, para sacarla de la depresión en la cual estaba hundida, Androdomes la llevó al Monumento que todavía era del Son. Ahí conoció a su parejo, Pedro de los Santos, apodado “Suavecito”, por su estilo de bailar el bolero-son.

De niña no bailaba el son, pero sí bailaba en las fiestas campesinas de San Juan.  Su padre, un músico de perico ripiado, se la llevaba consigo cuando iba recorriendo la comarca a lomo de burro y los hombres la sacaban a bailar cuando les vendía pan con dulces y queso.

Pero durante los 48 años que pasó laborando en Nueva York se olvidó del baile. Se la pasaba entre su hogar en Washington Heights y los tres trabajos que tenia para sostener la familia, corriendo del Upper West Side, al Midtown Manhattan donde trabajaba para la Cruz Roja, al East Side y Queens donde cuidaba ancianos. “Lo que mas odié de Nueva York fue esta maldita puntualidad de los gringos” se acuerda.

Llegó a ser miembro y directiva del Club Nacional de los Soneros. “Era la única mujer con quien Chencha, la compañera de Bonyé, quien tanto quise, le dejaba bailar” se acuerda Maura y añade: “El son significa tanto para mí que quiero que me hagan funerales de sonera, o sea que me bailen al rededor de mi ataúd el día que me muera como suelen hacerlo los soneros, y como lo hicieron para Bonyé. Espero que mi parejo baile para mi este día”.

Pero todavía falta mucho. Ella y Pedro “Suavecito” se levantan, se enlazan y bailan al son de “Una Rosa de Francia”, y en la casa florida y colorida, pasito a pasito ligero preciso, van dando sus vueltas armoniosas y bien aceitadas.

Androdomes no se olvidó del son en Nueva York. En los años 80 iba con su hermana al Hoyito en la 137 con Broadway que después se mudó a la 172 con Ámsterdam. Ahí venía a tocar Cuco Valoy. También iban a bailar en el Palmera en la 107 con Roosevelt en Queens y al Copa Cabana pero ahí se tocaba la salsa.  Llegó a ganar un premio de son en Miami.

 Androdomes, “El Estilito del Son” como le apodaron, explica: “El son me lo aprendí en la calle al fin de los años 50.  Mi familia vivía en San Carlos. Los limpiabotas bailaban más que el diablo mientras lustraban los zapatos. Con este trato los dejaban brillantísimos. Con mis amigos íbamos a bailar en Borojol y en Villa Consuelo, en Guachupita también. Capotillo todavía no existía. Los lugares eran llenos de marineros y de cueros”. Se acuerda del Conjunto Enriquillo. “En aquel entonces Cuco Valoy vendía chinas en la Paris con Duarte”.

El parejo de Maura, “Suavecito” es oriundo de Mendoza, donde sigue viviendo. Fue su abuelo quien le enseñó  a bailar. De niño escuchaba los palos. “Eran otros tiempos. Íbamos a burro al mercado Modelo a vender víveres, frutas y canastas. En Mendoza no se iba la luz porque todavía no había llegado. Llegó en el 73. Tocábamos discos de los grandes cubanos en una vitrola que se manejaba con un manéjelo.” Su mejor recuerdo del son fue cuando bailó con Sonia Cabral en el Monumento del Son en el 92. 

Varios nietos de Maura bailan el son en Nueva York. Con ellos el son no se va morir.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas