VIAJE POR LA HISTORIA
El 18 de enero 1962, un día para contar

VIAJE POR LA HISTORIA <BR>El 18 de enero 1962, un día para contar

Las visitas de Ramón Cáceres a Balaguer se sucedieron transmitiéndole mensajes, mediando. Relata actuaciones de Elías Wessin y Wessin y de Rodríguez Echavarría, revela su escondite evitando que lo mataran. Los sucesos del parque Independencia aún le conmueven.

Llegó allí tratando de evitar más desgracias, dice, y encontró a José Aníbal Sánchez, presidente del Comité del Distrito de Unión Cívica Nacional, “y a Cuervo Gómez afuera, muy asustado, me dijo que recibía órdenes y que se daba cuenta de lo que podía pasar”.

            Ya se había formado un Consejo de Estado que le designó Embajador Jefe de Organismos Internacionales, posición en la que estuvo solo seis meses porque fue nombrado secretario  de Finanzas.

            Con Ángel Severo Cabral recorrió clínicas y hospitales de la zona en conflicto. “En la ‘Abel González’ encontré dos cadáveres: el de un hermano de Rivera Caminero y el del sastre Pío Varona… Todo era escombros, fuego, heridos”, manifiesta, describiendo el sangriento espectáculo en el cine “Olimpia” donde “me entero que en la clínica ‘Zaiter’ estaba herido Manuel Cáceres” y, presumiendo que era su hermano se encamina al centro de salud, donde comprueba “que era Manolete, el pitcher”.

            “Nos dirigimos al Palacio Nacional, Alfredo Lebrón, Fernández Caminero, Mario Penzo, Severo y yo. Subimos, y al poco rato entra Rodríguez Echavarría y forma una Junta Militar. Bajamos y nos fuimos a la casa de Luis Manuel Baquero, en la ‘Casimiro de Moya’ pero nos desperdigamos porque nos iban a matar a todos”.

            Se protegió en la residencia de Perucho Olavarrieta, salió en poco tiempo y se encontró con Donald Reid Cabral. “Nos metimos en la embajada americana y ahí estaban Luis Amiama y Antonio Imbert”. No acudió en calidad de asilado, aclara. “Yo entraba a la embajada como Pedro por mi casa.  Ahí estaba el coronel Long…”.

            Amiama  aconsejó esperar, con la idea de que “todo pasaría esa misma noche” pero “entonces vino el contragolpe de Wessin y Fernández Domínguez para reponer el Consejo de Estado sin Balaguer,  de ahí salió Bonnelly presidente el 18 de enero, y Balaguer se asiló en la Nunciatura”, explica ordenado, cronológico, como si escribiera  acontecimientos que siempre rehusó tratar, quizá por funestos. Es fluido, aunque este día el dolor de su hernia es punzante.

            En septiembre de 1962, viajó a México presidiendo una comisión de finanzas. Allí  conoció a María Matilde Matos Aybar, quien se convertiría en su esposa, hija del entonces embajador dominicano en ese país, Eduardo Matos Díaz. Casaron el ocho de marzo de 1963, un mes después de la toma de posesión de Juan Bosch, en cuyo gobierno no estuvo Cáceres. “Volví a trabajar en la Oficina Troncoso”.

El Golpe de Estado. Estando en Puerto Rico, de paseo, le sorprendió la noticia del Golpe de Estado contra Bosch, transmitida telefónicamente por su tía Gracita Troncoso de Morales.  Se suspendieron los vuelos y él pudo regresar al tercer día.

            “Me allanaron la casa dizque porque tenía armas escondidas, vagabunderías de la Policía, como si yo hubiera sido gente de Bosch”, comenta.

            Sobre el mandato del expresidente expresa: “A Bosch no debieron tumbarlo, si lo hubieran dejado le iba a pasar como a Chacumbele: él mismo se tumbaría, por su manera de ser. Era un hombre impulsivo. Eso de la aplanadora no lo dice un político; el contrato con la ‘Overseas’, eso no tenía control, era una arbitrariedad; al propio Miolán lo maltrató”.

Sin embargo, “pienso que jamás debió haber ocurrido un golpe de Estado, había que esperar que terminara su periodo y salir de él, pero para toda la vida”.

Confiesa que ese efímero mandato “no lo sufrí ni lo disfruté, viví”. Bosch llamó más de una vez a su tío Jesús María para consultarle y él manifiesta: “Agradecemos a Bosch, toda la familia. Él habló siempre muy bien de papá Mon como honesto, enérgico y capaz… Creo que a Bosch no le dieron tiempo”.

Entonces surgió el Gobierno del Triunvirato: Emilio de los Santos, Ramón Tapia y Manuel Enrique Tavares Espaillat. Cáceres considera que el presidente, Emilio de los Santos, “era bueno, pero no preparado para aguantar esa ‘fábriga’. Su temperamento no se ajustaba a ese drama. Fue presidente de la Junta Central Electoral en las elecciones que ganó Bosch, era cabal, serio, honesto, salía a comprar sus decimitos  de billetes, siendo presidente, y un guardia lo seguía”. Agrega que “enfrentó situaciones tremendas, difíciles, desgraciadas, desafortunadas, y se fue”.

-Se dice que renunció disgustado por el asesinato de Manolo Tavárez y otros guerrilleros-. “No te sé decir, yo estaba en Italia, como embajador en El Quirinal, me nombró don Emilio. Creo que renunció por cuestiones de principios, de que mataran gente en un gobierno que él presidía. Mi opinión de Emilio de los Santos es muy elevada. Simplemente hizo lo que siempre pensé: salir de su oficina del Palacio, bajar las escaleras y coger un concho en la avenida Bolívar”.

Sobre las guerrillas afirma conocer al sargento que asesinó a Manolo pero no revela su nombre. Consideró que el alzamiento no progresaría. “Eran los mismos guardias de Trujillo, pensé que los iban a matar a todos”.

Estando en Madrid le visitaron Antonio García Vásquez y Frank Peynado Velásquez preguntando si era cierto lo de esa muerte. Llamó a su padre, a Santo Domingo, quien se lo confirmó. Manolo no era el único amigo. También Tony Barreiro, Schott Michel, Juan Miguel Román, pero de Tavares Justo tiene “anécdotas muy bellas” en la cárcel, en febrero de 1960, y posteriormente buscando visa para viajar a reclamar ante la OEA el cese de las sanciones impuestas al país en el trujillato.

Viriato Fiallo, Fernández Caminero, Luis Manuel Baquero, Leandro Guzmán, Vinicio Echavarría les acompañaron al consulado pero no estaban los jefes amigos de Cáceres y los recibió “un salvaje, un marine de esos canallas, y cuando yo entro, aquel cabrón levanta las patas, las pone encima de su escritorio y dice: What do you want?”. –No, nosotros no hablamos inglés”, le respondió Cáceres.

-¿Y para qué quieren ir a Estados Unidos?, cuestionó, y Cáceres contestó: “Pregúntele a su gobierno”.

Tan pronto salieron, fue a la embajada norteamericana y reportó: “Ese es un salvaje. Hill envió un cable y al otro día lo quitaron, voló. Manolo aguantó con serenidad aquella vaina, nada más lo miró con desprecio”.

Por tantas experiencias compartidas, a Cáceres le impactó el asesinato: “¡Coño, qué barbaridad!”, reaccionó. “Era mi amigo, lo lamentamos. Y nada, seguir viviendo”,  comenta.

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