Viaje por la historia: Francis Caamaño, su última salida del país

Viaje por la historia: Francis Caamaño, su última salida del país

Cuando Caamaño se ausentó del país el 22 de enero de 1966 estaba angustiado, presionado, sentía que no debía irse aunque su salida fue resultado de una negociación. En las fotos de la rueda de prensa que ofreció en Londres, donde le designaron agregado militar, se aprecia esa tristeza. “Su sueño era regresar a su país” y retornó, pero siete años después, el dos de febrero de 1973 al frente de una guerrilla.

Vino de la forma en que lo anunció hace 48 años cuando abandonó Santo Domingo: “Me voy, y si tengo que volver lo haré con las botas puestas, todavía no sabemos lo que puede suceder en República Dominicana”.

Salió de la casa que ocupaba en la Félix Mariano Lluberes 12, de Gascue, desde que asaltaron la suya en la Pedro Livio Cedeño, del ensanche La Fe, durante la Guerra de Abril de 1965.

Todo era revuelo la noche anterior. Los niños recuerdan el movimiento de baúles, “mucha gente entrando y saliendo y la expectativa como de que algo iba a pasar”, según Pedro Dipp Caamaño, entonces de cinco años, que iría en el vuelo.

Los adultos cuentan que cargó con su ametralladora AR-15 y después que partió hacia Cuba su esposa se la llevó en el interior de dos guitarras valencianas y los cargadores dentro de los biberones de Paola, la hija menor.

El Oldsmobile 98, de lujo, lo vendió a Alberto Jana Tactuck y los muebles se los dejó a Héctor Aristy. Su última gestión al marcharse ovacionado como el más grande revolucionario dominicano fue lograr que a los militares constitucionalistas les pagaran seis meses de sueldos atrasados. Él no aceptó un centavo.

Del viaje de Caamaño y de su estancia en Londres hablan seis de las siete personas que le acompañaron porque Alejandro Deñó Suero (Chibú), su tío, que era de su escolta, falleció. Los demás son María Paula Acevedo (Chichita) su esposa; Fellita Caamaño Grullón, su prima junto a sus dos hijos Cynthia y Pedro Dipp Caamaño y Francis Alexander y Alberto Caamaño Acevedo, los dos hijos que entonces tenía la pareja. Paola nació en Londres. Su viuda y Fellita también revelan situaciones del desembarco por Playa Caracoles.

De la última salida del héroe conversa además su hermana Milagros quien junto a su madre Eneroliza Deñó lo vio ese 22 de enero. Habían ido a vivir en New Jersey y Francis las llamó el 21 para que se encontraran en el aeropuerto John F. Kennedy.

“Cientos de dominicanos lo esperaban pero en mi mente yo solo quería reunirme con mi hermano. No olvidaré el abrazo que nos dimos y apenas pude contener las lágrimas. Nunca imaginé que esa sería la ultima vez que lo besaría y abrazaría”.

Mamá, agrega, “estaba llena de alegría, siempre positiva. Abrazó y besó a su adorado hijo y él inmensamente cariñoso con su madre, se fundieron en un apretado abrazo… Nos despedimos y jamás lo volvimos a ver…”.

CAAMAÑO

En rueda de prensa, el día de su partida.

De esa histórica y postrer partida y de su vida en Londres es poco lo que se ha escrito. Ellos cuentan de los estados de ánimo del líder, añoranzas, visitas, contactos, formas de comunicarse con personas que todavía hoy no saben quiénes eran pero a las que entregaban notas bien encubiertas, y las negativas de Caamaño a participar en actos de otras embajadas. “Aquí nadie es diplomático, aquí todos somos exiliados”, dijo a su consorte y a su prima frustrándoles el entusiasmo que les había causado una posible visita al Palacio de Buckingham.

Las señoras debieron conformarse con la recepción que organizó el 27 de febrero de 1966 para dominicanos residentes en Londres entre los que estaban José Joaquín Puello, José González Cano, Raquel Cuello, Rodríguez Mansfield, Pum y Víctor Cabral y Leo Cordero que a veces aligeraba con su guitarra la nostalgia del glorioso coronel.

También encargó Caamaño una misa en Westminter para conmemorar el primer aniversario de la revuelta de abril con una intención especial por Rafael Fernández Domínguez, caído en esa contienda. Les acompañaron Héctor Lachapelle, Manuel Ramón Montes Arache, Emilio Ludovino Fernández, Píndaro Peña, Yege Arismendi, Pedro Holguín, Pedro Guerra Ubrí y otros.

Entre Fellita y Francis existía una admirable compenetración. Se trataban como hermanos. Estuvieron juntos en la calle Sánchez al inicio de la guerra y luego en Gascue. El esposo de Fellita, piloto, estaba en el bando contrario a los constitucionalistas y temiendo represalias, Francis comentó a su esposa: “No puedo dejar a Fellita”. Ella aceptó con la condición de que le permitiera llevarse a sus niños. Otra petición complacida al dirigente fue que la nombraran auxiliar del consulado dominicano en Londres.

El viaje. El presidente Héctor García Godoy les mandó el carro presidencial para que los trasladaran al hotel El Embajador donde helicópteros norteamericanos los transportarían al aeropuerto de Punta Caucedo. Para los mayores todo era angustiante. Caamaño pidió a su mujer: “Chichi, ni una sola lágrima” aunque los ojos de él estaban completamente rojos. Para los pequeños era una diversión. Los deslumbraban tantos helicópteros “de cerca” y luego los aviones. Devoraron dulces y bocadillos en la terminal y en sus mentes reinaba la idea de que iban a un paseo.

Los pormenores de ese 22 de enero están presentes en la memoria de todos. La habilidad del general Riki, mediador especial de la ONU, las llamadas de Héctor Aristy y de García Godoy, la prensa extranjera y local por toda la casa, civiles y militares que defendieron la soberanía despidiendo a su comandante.

Inició la rueda de prensa final en su Patria pidiendo que tuvieran confianza en él. Un señor lo abrazó y solo pudo decir “Francis, Francis, Francis” y el llanto paralizó su voz. Por el malecón, relata María Paula, era impresionante la cantidad de personas que iban delante, detrás y a los lados del vehículo. “Francis vio a un joven en un motor que le voceaba: ¡coronel!, ¡coronel! La camisa le flotaba y se veía un revólver. Francis ordenó al chofer amainar la marcha y gritó al muchacho: ¡éntrate la camisa, se te ve el arma! ¡Cuídate que te van a matar!”.

En El Embajador un soldado invasor solicitó tomarse una foto con él y aunque en principio le contestó duramente, lo complació y murmuró a “Chichita”: “Este infeliz es víctima de los norteamericanos”.

En Puerto Rico lo vitoreaba la multitud que entonó el Himno Nacional y él respondió con un saludo militar. Al bajar del avión le esperaban más reporteros y allí ofreció otra conferencia de prensa que se extendió retrasando el vuelo hacia New York donde aguardaba mayor cantidad de simpatizantes y él quiso estar con ellos pero trataron de prohibírselo. Se rebeló con voz alterada: “¡Ustedes no pueden impedir que yo baje a saludar a mi pueblo! ¡Conozco las leyes internacionales! ¡Yo rompo ese cristal y me tiro!”.

“Cuando vine a reaccionar”, exclama Chichita, “ya estaba abrazando a los dominicanos que lo aclamaban”.

Entonces inicia el destierro hacia Londres, otro capítulo breve, pero determinante, en la inquieta vida del líder máximo de la revolución de 1965.

 

 

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