Vibración de campana

Vibración de campana

–¿Supiste lo que ocurrió en la iglesia el domingo? –No; ¿qué sucedió? Yo no pude ir a la misa; desde que mataron mi perro no me gusta salir temprano los días feriados. –Pues yo escuché la campana doblando a muerto con insistencia y quise saber quién había fallecido. Después de la muerte de Arnulfo me interesan más las esquelas mortuorias que publican los periódicos. Ahora imagino enseguida los dolores que sienten otras personas cuando mueren sus familiares y amigos. Edelmira hablaba por teléfono con su vecina, todavía en ropa de dormir y desde su habitación. –Estaba impaciente por contarte todo lo que vi ayer en la iglesia.

–Cuando llegué ya no cabía más gente en el edificio. Para entrar tuve que abrirme paso a empujones. Había personas en las calles y curiosos en todas las esquinas; un gentío enorme; mujeres y hombres, viejos apoyados en bastones, jóvenes con camisetas de propaganda comercial. Vi señoras con mantillas y mujeres mal vestidas y en chancletas. Era una poblada: gentes de oficinas, chiriperos, desabolladores, vendedores de frutas. –¿Por qué acudía tanta gente? –Habían matado a tiros a un hombre en un taller de herrería. Llevaron el ataúd a la iglesia cargado a mano. Lo montaron encima de un túmulo cubierto por un mantel morado.

–El padre Servando dijo un discurso con el muerto de cuerpo presente. Nunca había visto congregarse tanto público en el funeral de un hombre pobre. –Tal vez el cura hizo venir la gente de otras parroquias. –No lo creo; se veía una cosa espontánea. Las caras eran de consternación o de espanto. Mientras el cura hablaba no se oía una mosca; todos estaban atentos a lo que decía el sacerdote. Como comprenderás, ver gente llorando a tu lado no es cómodo para una viuda.

–Lo más triste que puedo contarte, hija, es que la mujer del herrero, vestida de negro, abrazó al cura cuando acabó el responso. Era una mujer de piel morena, joven y bonita. Tenía retratada en la cara la angustia y el desamparo. Colgado de la falda llevaba a rastras un niño que sollozaba convulsivamente. El padre Servando tardó hora y media en despedir a la concurrencia. Es un verdadero pastor.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas