Vicente Pimentel es el artista dominicano más estrechamente vinculado a Francia, desde sus estudios de postgrado y su permanencia exclusiva en París hasta sus éxitos sucesivos y un reconocimiento oficial por el Senado francés.
El obtuvo el Premio Nacional de Artes Visuales, tarde… y de modo compartido.
Un hecho insólito, pero también fruto de la entrega absoluta del maestro a su trabajo, ajeno al narcisismo y al boato halagador. Todavía las redes sociales no se habían convertido en despliegue laudatorio.
El Centro Cultural Banreservas, institución que se dedica a muestras excelentes y distintas, presenta el magnífico conjunto “Vicente Pimentel en la colección de la familia Van Der Horst”, que también se podría definir como “colección de la amistad”.
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Quien escuchó a don Andrés Van Der Horst en el acto inaugural, no solamente percibió su emoción, sino la compartió. Fueron décadas de identidad entre el afecto personal y la adquisición de obras magníficas.
Luego, un particular agradecimiento se manifiesta por esta atención generosa del coleccionista. Permite disfrutar la genialidad – la palabra es correcta- de un maestro dominicano “ausente”, prácticamente inaccesible a tantos admiradores, ansiosos de conocer una creación de renombre transcontinental desde antes del tercer milenio.
¡Fascinante para siempre!
Vicente Pimentel fue un máximo ganador en el Concurso Eduardo León Jimenes, casi desde los inicios, en la categoría Dibujo. Y, ¡que perdonen el paréntesis!, ese dibujo sublime, él lo ha conservado a través de los años, de su evolución y revolución estilística.
Pronto, durante la década del 70, el perfeccionismo realista, en ruta hacia el expresionismo, se abrió a una mutación de lo figurativo, pulsión abstraccionista que no tardaría en abordar una abstracción, obviamente ilimitada en sus logros, sus medios, su proceso. La complejidad de trazos finísimos y enmarañados dentro de lo descriptivo permitía entrever esta evolución. Debemos mencionar otro dato excepcional. Vicente Pimentel tal vez sea el artista que más ha estudiado y ampliado su disciplina: después de carrera académica y profesorado en la Escuela Nacional de Bellas Artes, 12 años en Francia entre Escuela de Arte y Arquitectura de Marsella, Escuela del Louvre en París, formación museística en la Unesco, de 1976 a 1988. Todo esto, mientras Vicente dibujaba, pintaba, y ya alcanzaba una proyección europea.
Desde la década de los 80, su fama internacional ascendió impresionante. El hecho de no volver al país, aunque con frecuentes contactos, amistades y visitas dominicanas a su proverbial apartamiento y taller de París, pausó su reconocimiento local. Pero son cosas del pasado, y la presencia sobresaliente, en distintos formatos, fechas, soportes, medios – con curaduría de Amable López Meléndez– constituye un aporte fundamental.
Salvo la primera etapa figurativa que obviamente disfrutamos, cada dibujo-pintura -un dúo inseparable-, es una experiencia sin fin, hacia adelante, en una abstracción singular.
Mundo y mundos
Vicente Pimentel despliega una abstracción inconfundible, cómplice con el espacio abierto, como si desechos, huellas, cenizas de la tierra impregnaran, perennemente, la tela o el papel, un verdadero territorio. Son también esenciales los colores – blanco, negro, tonos amortiguados, versus gamas luminosas, texturizadas y transparentes. Pensamos en la floración, casi real-maravillosa de los “Jardines de Venecia”.
Creemos muy difícil que una expresión, obviamente introspectiva e íntima, contenga este caudal de emoción, fluidez y potencia. Cada obra sugiere un microcosmos, construido con libertad y fantasía, donde impera una coherencia aunada de experimentación y continuidad en el oficio.
La sensibilidad es omnipresente, como si el corazón mandara a la mente, la mente a la mano, la mano al soporte – tela o papel-.
El abstraccionismo de Vicente Pimentel se vuelve una escritura poética. Pero, si prolongamos la mirada la podemos casi escuchar como una composición musical, sus ritmos, sus acordes, sus silencios… La no identificación “objetiva” favorece esta lectura, rica en armonías y disonancias deleitables. En encanto agradecido que propicia “Vicente Pimentel en la colección de la familia Van Der Horst” hace soñar con una magna exposición retrospectiva de un inmenso artista dominicano, el único con Iván Tovar, que, hasta el momento, haya alcanzado una fama mundial.