No llovemos sobre mojado al analizar la profunda crisis que vive el país. Frente a un dólar en alza, que sube como la espuma, un terrible proceso hiperinflacionario azota la nación, dejando nulo el poder adquisitivo del peso y llevando más miseria, desaliento y desesperación a miles de hogares dominicanos.
Durante años, economistas, comentaristas, opositores, religiosos, advertían los perjudiciales efectos del gracioso festival de préstamos, tanto externos como internos, que hipotecarían el presente y futuro de la República. Deshecha la estabilidad macroeconómica, ahora sufrimos todos los devastadores efectos de esa política, sin saber aún hasta donde llegaremos.
Basta con hablar con cualquier ama de casa, basta ir a la farmacia a adquirir medicamentos, basta con echar un vistazo alrededor, para ver la desolación y la pobreza que toca las puertas de todos. En cada esquina, aumenta el ejército de pedigüeños, de menesterosos, de humildes buscando el pan de cada día.
Los interminables apagones, han vuelto con fuerza. Para citar un ejemplo, en el ensanche La Fe, donde vivimos, la energía eléctrica no llega. De día, en la tarde, en la noche y de madrugada, prolongadas interrupciones del servicio se suceden sin cesar. Y eso, que nosotros pagamos la factura.
Reportes de prensa revelan que, en las tres semanas que llevan el año 2004, ya han sido capturados, en Puerto Rico, setecientos indocumentados procedentes del país. Ese éxodo, si bien alentado por distorsiones en torno a los planes de facilitar permiso de trabajo a millares de ilegales, no deja de ser un claro reflejo de la crisis nacional, del creciente desempleo, de la miseria que vivimos.
La inflación, la devaluación, el alza del dólar, el aumento del desempleo, la quiebra de empresas, la precariedad de la vida, está haciendo que no solamente crezcan los índices de pobreza, sino la desesperanza, la ansiedad, los problemas de depresión, todo lo cual agrava el clima social. Así, se anuncian nuevas huelgas, médicos y maestros demandan alzas salariales y el panorama electoral aún no luce despejado.
La crisis que vivimos afecta a todos. Al empresariado, ya saturado de impuestos, de cargas impositivas; al pueblo consumidor, a las amas de casa, que no saben ya qué hacer para preparar la comida del día; a los obreros, por el creciente desempleo, la parálisis de la industria de la construcción y la masiva presencia de mano de obra haitiana barata, que los desplaza. A los estudiantes, que no tienen con qué costear libros, transporte, útiles, fotocopias y demás instrumentos educativos.
No se trata de apelar al optimismo. Quisiéramos ver el país en mejores condiciones. Se trata de ver las cosas como son, admitir la crisis que nos afecta y, todos juntos, elaborar un realista Plan de Desarrollo Nacional, basado en la austeridad, la honestidad, la buena administración, el sacrificio bien entendido, para relanzar la economía y evitar que sucumba la nave nacional, en las tormentosas aguas del mar turbado de la impericia y la ambición.