POR ANGELA PEÑA
Llevaba en el avión dos mil quinientas cápsulas de cincuenta milímetros, cohetes, una ametralladora poderosa y la orden de exterminar a Manolo Tavárez Justo y los demás guerrilleros que le acompañaban por la densa zona de Manaclas. Otras tres naves con igual armamento despegaron con él desde la Base Aérea de San Isidro, obedeciendo las mismas instrucciones.
Pero el experto piloto, tan diestro que ya en 1960 el dictador Trujillo lo había tomado en cuenta para su plan de eliminar a Rómulo Betancourt, no llevaba la intención de cumplir esa misión, que había barajado sin éxito. Su actuación se consideraba valiosa: además de su probada eficiencia como aviador, había realizado entrenamientos antiguerrillas en los que tuvo como instructor al general Ramiro Matos.
En 1959, cuando llegaron al país los expedicionarios antitrujillistas, Víctor Hugo Román Peralta había sido designado a Constanza donde tuvo que ingeniárselas para no disparar a revolucionarios colocados en un pelotón de fusilamiento. Estaba entrenado para volar, no para matar, mucho menos a hombres amarrados, pensaba. En la tiranía, empero, desacatar ese mandato era un suicidio. La Providencia y su astucia lo ayudaron a evadirlo.
En 1963, cuando los catorcistas se alzaron en las montañas demandando el retorno a la constitucionalidad perdida tras el derrocamiento del Presidente Juan Bosch, ya el espíritu rebelde del entonces joven militar se había fortalecido con el ajusticiamiento de Trujillo, dos años antes.
Su ingreso a la Academia Militar Batalla de las Carreras, en 1956, estuvo marcado por la osadía. Polanco Tovar, que lo monitoreaba, lo descartó como piloto porque apenas pudo realizar su primer vuelo soleo debido a que lo mandaron al aire sin sus equipos, sin ningún aviso. Iba doblado en una nave que no era la indicada, pero él quería demostrar que sabía y podía volar y un día tomó un avión, sin permiso, y se lanzó a la aventura cuando nadie lo esperaba.
Radhamés Trujillo lo salvó de las sanciones impuestas. Luis José León Estévez y Marco Jorge Moreno le dieron la noticia de su reposición, Juan de Dios Ventura Simó lo felicitó comentándole que así era que había a hacerle a esta gente (los Trujillo y sus acólitos) y el atrevido piloto se convirtió en el ídolo de sus compañeros. El generalísimo, enterado de la acción, lo tuvo en la mira.
El viernes seis de diciembre de 1963, el entonces primer teniente profesaba los mismos ideales de justicia que el dirigente máximo del 14 de Junio, Manuel Aurelio Tavárez Justo, y bajo ninguna circunstancia, meditaba, se prestaría a dispararle. Ellos estaban peleando por lo mismo que yo creía que tenía que pelear, la democracia se había violentado y aunque yo no estaba en guerrilla, no estaba con el golpe, expresa hoy convaleciente de enfermedades graves, casi superadas.
No pensó en la esposa embarazada con la que se había casado el 27 de abril de ese año. Tampoco reparó en sus padres y hermanos. Sin un destino en la mente, pero con la firme decisión de desertar, salió de la formación provisto porque yo soy un militar, y si iba a hacer esa acción, no iba a esperar que otro avión me cayera a tiros, si había que pelear, íbamos a pelear. Para tranquilizar a todo el mundo informé que tenía un problema técnico y que por eso tuve que regresar rápidamente, pero al poco tiempo avisé que se me corrigió. Cuando íbamos más o menos por Cotuí retrocedí, tomando altura, y ahí me fui. Llegué a Puerto Rico como a las once de la mañana, relata.
Hoy refiere lo arriesgado de aquella empresa y confiesa los pensamientos que le asaltaron cuando atravesaba el Canal de la Mona. Volvía, seguía, volvía, seguía… Pero yo tenía una dureza muy grande. Dije: Dios, tú me tienes que ayudar, entonces avancé porque sentí que Él quería que me fuera de aquí. Pero yo no tenía una ruta de vuelo, nunca había ido ahí, lo único que deseaba era divisar una pista, por eso cogí para allá, pero ¿y si no encontraba dónde aterrizar? Para mí fue un momento muy duro, era una aventura loca, no conocía a nadie, no me estaban esperando. Aterricé en Mayagüez y les dije que necesitaba asilo político. Ahí entraron los servicios de seguridad.
Por la noche lo llevaron a San Juan y vestido con su mono de vuelo y su arma de reglamento lo conoció el mundo porque fue la atracción de periodistas, camarógrafos y fotógrafos de El Mundo, El Imparcial, El Día, San Juan Star, The New York Times. El Departamento de Estado se interesó en el caso. El profesor Juan Bosch, asilado en Borinquen, quiso conocerlo. Mientras tanto, eran allanadas su casa de María Auxiliadora y la vivienda de sus padres en Santiago.
La confianza de Bosch
Una comisión del PRD logró que el cónsul dominicano en Puerto Rico, que permanecía en el cargo pese a haber sido nombrado por Bosch, lo acogiera, pero a los dos días Juan Bosch y su esposa doña Carmen se lo llevaron a su residencia de Aguas Buenas, disponiendo una habitación para él. El ex Presidente estaba deslumbrado con el gesto del joven piloto que de inmediato convirtió en su asistente. Era de su servicio de seguridad en Puerto Rico, luchaba por lo que fuera por él, manifiesta, reiterando su gratitud por cuanto aprendió al lado del líder en aquellos años. Él y doña Carmen visitaron a Luis Muñoz Marín para solicitar refuerzos cuando el fundador del PLD recibió amenazas de muerte. Había un plan orquestado desde aquí para matarlo, y nos aumentaron la escolta, nos dieron dos carros y más armas.
Víctor Hugo Román Peralta no ha perdido la lucidez mental a pesar de dos infartos, un derrame cerebral, una operación de corazón abierto y varios meses sin el habla, que recobró gracias a terapias intensivas. Si la memoria le fallaba durante la entrevista en su modesta vivienda de Santiago de los Caballeros, lo que no ocurrió, estaban para auxiliarlo Milagros Fermín de Román, la abnegada y paciente esposa, y su hermano Plinio.
El piloto compartió estrechamente con el coronel Rafael Fernández Domínguez y por tanto, conoce interioridades de los proyectos de la revolución de abril aún no revelados. Ambos estuvieron en el barco que zarparía para Santo Domingo antes de que ocurriera la contienda porque el proyecto original no era la guerra, afirma, sino sublevar a todos los comandantes que estaban con ellos, y que eran mayoría, para derrocar el Triunvirato y reponer a Bosch. Pero ya dispuestos a hacerse a la mar, les llegó la noticia de que habían sido delatados. Estábamos listos, pero se nos avisó que no saliéramos. Fernández Domínguez se fue a Chile y yo me fui a Nueva York con Juan Bosch. Ahí me iban a preparar para recibir entrenamiento en Miami y traer a don Juan a Santo Domingo, pero la revolución se precipitó. El coronel regresó de Chile y desesperado exclamaba: ¡Vamonos en lo que sea!. Piensa que para su retorno a República Dominicana Fernández Domínguez fue ayudado por los norteamericanos, aunque en principio se negaba a aceptar ese apoyo. Juan Bosch le dijo: Si el enemigo de está ayudando, acéptalo. Ellos no pensaban que él iba a meterse en otro bando, él vino a unirse a su grupo. Desconoce en qué consistía el respaldo. No me dijeron lo que había, él sencillamente se despidió de mí, me regaló sus insignias y me comunicó que me había puesto Mayor Piloto en la lucha de la Revolución.
Román Peralta regresó al país junto a Bosch, en el gobierno provisional de Héctor García Godoy. Se reportó al comando de la Fuerza Aérea de Ciudad Nueva y luego pasó al Campamento 27 de Febrero. Al asumir Balaguer la presidencia lo dejó fuera de la milicia y él se fue a vivir a Puerto Rico donde trabajó como gerente de Seguros hasta 1975 que retornó definitivamente al país. Estuvo trabajando como piloto comercial en vuelos de fumigación hasta hace poco, cuando le sorprendió el primer infarto. Sus cuatro hijas, a las que hizo profesionales en base a su trabajo esforzado desde las cuatro de la madrugada, han sido su auxilio en estos serios momentos en que se ha afectado su salud.
Hugo Víctor nació el 17 de septiembre de 1937, en Santiago, hijo de Justo Manuel Román, conocido educador y luchador antitrujillista, y de Matilde Reyna Peralta de Román. De su matrimonio con Milagros Fermín son sus hijas: Desiree, Milagros, Geraldine y Patricia.
Retirado en Santiago donde habita un sencillo apartamento en la calle Las Carreras, el único reconocimiento que ha recibido se lo otorgó la Universidad Autónoma de Santo Domingo. No disfruta de ninguna pensión, contrario a otros militares constitucionalistas. Ni los gobiernos del Partido Revolucionario Dominicano, ni los que han integrado los discípulos de Juan Bosch, por quien estuvo capaz de dar hasta la vida, han reparado en su hazaña, mucho menos en su actual condición.
Él, sin embargo, luchó a pulso limpio, solo, arriesgando su vida y su familia, pero no me siento arrepentido. Creí en Juan Bosch, un hombre honrado, de una honestidad única, que tuvo confianza en mí, le tengo tanto respeto a su memoria como a la del coronel Fernández Domínguez. Nada de lo que lo hice fue esperando recompensa porque sé que aquí los héroes son los que mueren.