Víctor Manuel Ortiz (Pipí):
tras largo exilio y lucha, vive en olvido y pobreza

Víctor Manuel Ortiz (Pipí): <BR>tras largo exilio y lucha, vive en olvido y pobreza

 POR ÁNGELA PEÑA
Es un símbolo de la resistencia antitrujillista que al regreso de su largo exilio de casi veinte años ha venido a vivir en el olvido, cargado de miserias y enfermedades, abandonado, solo, compartiendo una pieza de la casa hipotecada con cucarachas y ratones acostumbrados al polvo, los desperdicios y el característico hedor de la orina desparramada sobre el piso, al pie de la cama desarreglada que lo recibe a tientas porque ya su vista es corta y en la humilde vivienda no hay energía eléctrica, ni agua, inodoro, ducha o cocina.

 En las paredes mugrientas cuelga su ropa de gala, la misma que usó en los años 40 cuando se asiló junto a Mauricio Báez. Con patética resignación confiesa que la chaqueta de cuero despedazada, el abrigo largo casi harapiento, el saco deshilachado y una vieja capa que le obsequiaron los obreros que adoctrinaba y alfabetizaba son “de cuando llegué a La Habana. Yo vestía bien, parecía gente. Mauricio Báez, José Antonio Cuello y yo nos paramos frente a la sastrería El Sol y nos llamaron para ver la confección”.

 Víctor Manuel Ortiz del Rosario (Pipí)  está vivo por la gracia de Dios y por la caridad de dos samaritanos, Isabel Linares y su esposo Lázaro Cepín, que lo acogen en su humilde domicilio durante el día, lo alimentan y ayudan con su higiene personal y lo acompañan en el trayecto diario de una a otra casa a las que se traslada con paso lento por la edad y la poca visión.

 Por las calles de San Pedro de Macorís lo ven pasar con indiferencia, sin condolerse de su condición, ignorando que se trata de un valiente combatiente contra la dictadura que se entrenó en Cayo Confites, alfabetizó al comandante Pichirilo y a Mauricio Báez, compartió experiencias revolucionarias con Fidel Castro y puso todos sus conocimientos, talentos y recursos en la lucha para derrocar a Trujillo por lo que fue perseguido y encarcelado en su tierra, buscado y acosado en el destierro por los sicarios del régimen a los que logró evadir con sobrenombres, disfraces y acentos extraños.

 El ir y venir está acabando con la histórica documentación sobre el exilio dominicano que ha estado guardando con celo. Por suerte, el viejo luchador conserva intacta la memoria para contar sus extraordinarias vivencias junto a Cotubanamá y Chito Henríquez, Roberto Mcabe, Dato Pagán, Luis Acosta Montás, los hermanos Peguero, Juan Niemen, Ángel Miolán, Julio César Martínez, Carlos Franqui, Máximo Molina, Luis Felipe Bellarín, Pericles Franco, Horacio Julio Ornes, Arturo Napoleón Álvarez, Américo Lora Camacho, Enrique Ripley, Billo Frómeta, Máximo Ares García, César Romero, Ramón Grullón, Bonilla Atiles, entre otros.

 Es diabético, operado de próstata, con una dilatación en la vejiga que le impide controlar sus esfínteres. Según sus posibilidades, Isabel y Lázaro le compran pañales desechables cada vez más inaccesibles a su limitado presupuesto. Pipí se disgusta cuando la agradecida ex alumna confiesa la precaria situación. Si no fue mártir de la tiranía, hoy es una víctima de la necesidad. Pero no muestra inconformidad. “No pido”, manifiesta. Dice ser pariente y ex profesor de Milagros Ortiz Bosch cuando ésta vivía en la calle Duvergé, “y jamás le he solicitado una ayuda”.  Así está bien, comenta, aunque los desvelos lo han enflaquecido y deteriorado pensando que en cualquier momento lo desalojarán de su casa, que construyó y que, supuestamente, hipotecaron hermanos de padre.

 Pipí no casó pues la lucha y el exilio se lo impidieron, afirma. No tiene hijos. Pese a su deplorable e incierto estado, no refleja amargura. Es un ser sencillo, afable, que conserva el carácter pedagógico del maestro rural que recorría en burro las escuelas Dos Ríos y Capote, de Hato Mayor, alfabetizando niños y niñas a los que además de las primeras letras enseñaba la importancia de comer frutas y tomar leche.

 Porque el magisterio es la otra vocación de este noble anciano cuya vida discurre en la pobreza absoluta. Fue además profesor de gramática, historia y matemáticas en las escuelas Rafael Deligne y Normal, de San Pedro de Macorís, y de Historia del Arte en La Habana. En su casa reunía bajo un almendro a Félix Barbosa, Aquiles Guerrero, José Antonio Puello, Santiago Perera y en el gremio que fundó en los albores del trujillato daba clases a Mauricio Báez, sus hijos y su esposa, Negra; a Víctor Conde, Nicolás Mercedes, Víctor Pérez y otros. Unos resultaron revolucionarios y se adhirieron al antitrujillismo en la Juventud Democrática, de la cual fue Pipí fundador en la región Este. Otros se inclinaron por el espionaje y la delación.

 “Los calieses me acusaron de tener una escuela antitrujillista, decían que las letras eran la clave para conspirar, y eso era el álgebra. Pluyer Trujillo mandó a que me presentara en la fortaleza México y me condenaron a treinta años por provocar a la guerra armada e incitar a luchar contra Trujillo”, refiere. Aquiles Guerrero, Santiago Perera, Félix Barbosa, Mauricio Báez y Georgilio Mella Chavier, recuerda, le acompañaron en la prisión donde se inició el vía crucis que lo lanzó al ostracismo.

EL EXILIO

Víctor Manuel Ortiz del Rosario (Pipí) nació en San Pedro de Macorís el seis de mayo de 1921, hijo de Manuel Altagracia Ortiz (Nikito) y Felicita del Rosario Alfonseca, la madre guerrillera que llevaba alimentos a los patriotas antiyanquis de 1916. Estudió primaria “con las maestras Domínguez, en los altos de Forteza”, y se graduó de bachiller en Ciencias Matemáticas y Ciencias Físicas y Naturales y de Maestro Normal. En el exilio  aprendió psicología, sociología y psicología carcelaria. Dice hablar inglés, francés, italiano, portugués que estudió en sus andanzas, para poder comer, narra.

 Al salir de prisión, luego de tres años, él y Mauricio Báez se asilaron inmediatamente en la embajada de México. “El embajador era el general Espartaco Espartaco, jefe de la División que invadió Estados Unidos”. A los dos meses les dieron salvoconducto y partieron en un avión de la Fuerza Aérea Mexicana, rumbo a Cuba. Al mismo tiempo que se entrenaba para la expedición de Cayo Confites, don Pipí daba clases de historia, gramática y lenguaje a algunos de los patriotas de la incursión, fracasada por la traición “de los del gatillo alegre, los gángsteres y tígueres que se infiltraron”.

 Recuerda a Fidel confiándole a su madre, orgulloso, que venía a combatir al dictador Trujillo. “Era grande, fuerte, le gustaba la pesca submarina con un rifle de mira telescópica, siempre estaba buceando dentro del agua y se interesó mucho en la guerra contra los yanquis en La Barranquita y en el Este”.

 Muchas son las vivencias de Pipí en la calle Vapor 79, de La Habana. Allí enfrentó la dictadura de Fulgencio Batista, se adiestró en el manejo de las armas, dio clases, vivió el secuestro de su amigo, discípulo y compañero Mauricio Báez junto a Pablo Martínez (Cachimbito). No vino en el desembarco de 1959 porque lo veía condenado al fracaso. Aunque triunfó la revolución fidelista, debió marcharse de Cuba desesperado porque las promesas de un trabajo periodístico no cuajaban. Partió hacia Venezuela con el sobrenombre de “El Oriental”, adoptando  modismos y porte de venezolano.

 Allí fundó el Frente Obrero Revolucionario Dominicano y el Centro Obrero Dominicano. Desde el hotel Silencio, en el centro de Caracas, dirigía una intensa actividad contra Trujillo que puede apreciarse en las invitaciones a charlas, congresos, mítines, colectas, marchas y otros actos consignados en la ya maltrecha y amarillenta documentación que atesora junto a cartas de rutas, boletos aéreos, correspondencia, recortes de prensa..

 Sobrevivió impartiendo clases particulares y vendiendo seguros junto a Enriquito Ripley, “en Caracas, El Llano, toda Venezuela”. Evoca a Susana Duyén, una Miss Mundo de esa época que los acompañaba a hacer propaganda contra Trujillo. En 1963, asegura, “me expulsó Pérez Jiménez y desde entonces estoy en el país”.

 Pipí sabe de delatores, vividores, aventureros que se enriquecieron en el exilio jugando a la revolución, haciéndose pasar por desafectos “y Trujillo que siguiera ahí”. Él no fue “negociable ni vendible”. Además de símbolo del antitrujillismo, personifica la honestidad, la honradez, el patriotismo. Y como esta sociedad ya no reconoce esos valores, nadie lo exalta ni le rinde homenaje. Por eso su vida se extingue entre la soledad y la  penuria extrema.

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