Victorias “peligrosas”

Victorias “peligrosas”

En el espectro del sector opositor y una parte de la sociedad se siente una enorme algarabía porque en el ámbito municipal y congresual la victoria tocó las puertas de nuevos exponentes partidarios. Y muy bien. Me siento identificado con sus triunfos y la conexión con un mercado electoral que cambió y anda auscultando en el panorama las calidades, competencias y rostros que llenen las expectativas ciudadanas.
En el país existe una resistencia poco entendida, tendente a obstruir la emergencia de nuevos valores. Fundamentalmente, la actividad política no exhibe los mecanismos institucionales capaces de facilitar los relevos. Y esa fatalidad de mantener en el centro de la vida política a los mismos rostros terminan cansando al elector. Muchos dirigentes se dedican a fastidiar las potencialidades de nuevos talentos en la medida que perciben la posibilidad de su desplazamiento, debido a que la práctica política representa una modalidad de movilidad social, y si los cambios demandan nuevos requerimientos, lógico es que los viejos exponentes pasen a un segundo plano. Por eso, en el viejo orden, la tendencia obstructiva supera con creces a los promotores del cambio.
Dentro del PRM y PLD talentosos jóvenes se perfilan en lo inmediato como nuevas estrellas que tienen en el escenario municipal y congresual un espacio vital para el desarrollo de sus carreras políticas. Ojalá la indispensable dosis de humildad prevalezca frente al letal coro de voces con especial capacidad para dislocarlos, colocándolos en esa vorágine de aspiraciones a destiempo.
Los riesgos que corren los nuevos exponentes de victorias electorales consiste en pretender trasladar sus triunfos a la cultura de organizaciones que, sin ordenamientos efectivos ni ley de partidos, edifican reglas internas donde las triquiñuelas y amarres sustituyen la voluntad de la gente. De ahí la resistencia y afán de impedir por todas las vías que los anhelos externos reglamenten la vida institucional. Así los arreglos y pactos representan el punto de partida hacia el establecimiento de un modelo organizacional impracticable en lo inmediato, pero anhelado por amplios segmentos ciudadanos impedidos en militancias alternativas como resultado de normas invertidas prevalecientes que representan el pulmón para que respire un club de dirigentes agonizantes, sin posibilidad de ser, y con enorme capacidad de hacer daño.
En el año 1986, Joaquín Balaguer encontró una expresión para conectar su retorno al poder con las nuevas generaciones. La designó en una posición de primera línea, y su corto reinado, obedeció al club de intrigantes amargados por un rostro divorciado de la “sangre y dolo de los doce años” que terminaron minándole la gracia con el caudillo reformista. Diez años después, la salida de un reputado abogado de la fiscalía del Distrito Nacional creó las condiciones a un sustituto que abrió esperanzas en muchos. De naturaleza conservadora, anclado en sectores de la iglesia tradicional y de excelentes relaciones con embajadas de especial influencia en el país entendió que el énfasis en casos de combate a la corrupción le colocarían en el fértil terreno de una carrera presidencial. Tanto las manías, el liderazgo tradicional y la falta de pericia hicieron colapsar a los dos.
El que hace un elemental balance de las victorias peligrosas en el marco de la cultura partidaria tiene en el PRD un rico material para analizar ese afán por destruir reputaciones, cerrar el paso con métodos asquerosos y definir una línea de conducta obstructiva. A la figura esencial que se perfilaba cuando el cambio llegó al palacio nacional en 1978, sus adversarios internos fueron implacables en el combate.

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