Vida e infortunio de Madame Raquel

Vida e infortunio de Madame Raquel

POR PASTOR VÁSQUEZ
Se dice que detrás de la sierra hay unos montes grimosos donde ronda una machomba con sus gritos infernales y también se dice que más allá de los montes hay un valle, que ahora está cubierto de pangola y que antes era el paraíso terrenal de un hombre legendario que le llamaban Marcos Díaz.

En los predios de Marcos Díaz se cultivaba cacao, café y caña blanca para darla a comer en cualquier pueblo del mundo. Detrás del valle había un pequeño monte cubierto de bambú y flamboyanes. En el centro del monte estaba la casa de Marcos Díaz, construida en madera, de dos pisos, con una chimenea y un jardín alrededor que parecía artificial.

Casi nadie vio el rostro de Marcos Díaz. Unos decían que era militar, otros que era un potentado de Monte Plata. Llegaba siempre a la finca en horas de la noche, en un jeep de vidrios oscuros, con dos guardias que le cuidaban las espaldas. Las malas lenguas también decían que era un hombre misterioso, que tenía un negocito extraño con el ‘pecao’ malo.

A quien todos conocían era a Madame Raquel Rosa, ama y dueña de las tierras. Le llamaban Madame Raquel, porque era una mujer alta, de pelo negro, piel acanelada, senos imponentes y nalgas pronunciadas. Cuando montaba a caballo parecía una reina de la antigüedad.

Sus ojos eran vivos, como los de un lagarto, pero sus brazos eran los brazos de una mujer que había salido de las mismas entrañas de la tierra. La gente decía que Marcos Díaz la había traído de una isla que se llama Turcos. Cierto es que la dama hablaba un español medio raro.

Tenía una mula parda que brillaba igual que los trajes de montar de su ama. Ella no iba a la Iglesia, no participaba de velorios ni fiestas y sólo se le veía cuando iba de compras al pueblo seguida por un perro negro que era su querido guardián.

La mula tenía unas herraduras sonoras y cuando ella pasaba por el centro del batey los curiosos corrían a ver este misterio hecho mujer. Nadie se atrevía a acercarse a ella ni dirigirle la palabra.

Se cuenta en la gran pulpería del pueblo que ella pasaba una lista de las cosas que deseaba y que el pulpero le servía sin decir palabras. Ella pagaba y «Thenk you» o «Mercy Beaucoup». Luego se retiraba con las pequeñas cosas que adquiría con frecuencia: productos para el pelo, refrescos rojos, agua de Florida, perfumes, maní, maíz y otras vainas sospechosas.

Todo iba así hasta que llegaron esas lluvias de septiembre y el mundo comenzó a ponerse gris. Después comenzó la radio con sus avisos de tormentas. La última vez que la vieron pasar iba con un sombrero de militar y un ramo de palma en las manos. Era Domingo de Ramos y se dice que ella pasó frente a la Iglesia, se desmontó de la mula e hizo la señal de la Santa Cruz. Iba a seguir su camino cuando una hermana del Sagrado Corazón le tendió ese ramo bendito.

Y creció el río Ozama. Y creció el Río Toza. Y creció el río Sabita. Y creció el río Cabón. Y se juntaron Sabita, Ozama y Cabón. Y se inundaron todas estas tierras, desde El Naranjo hasta Hacienda La Estrella.

La comunidad organizó un comité de ayuda. La gente que vivía cerca de los ríos corrió al batey y otros se fueron al pueblo. A la escuela rural, donde se concentraba la gente, corrió la noticia de que habían alcanzado a ver, allá, bien lejos, a Madame Raquel en la copa de un árbol. Los muchachos trataron de llegar hacia allá, pero del valle ya no se veía nada verde, era como el diluvio universal.

Cuando pasaron las lluvias y el río volvió a su morada, pasó ese jeep militar, con muchos soldados. Iba rápido rumbo a las tierras de Madame Raquel. Horas después volvimos a ver el jeep que pasó más despacio. En un asiento llevaban a un hombre enloquecido, dando gritos de horror. El hombre tenía sombrero militar. El jeep aceleró la marcha cuando comenzaron a salir los curiosos de sus hogares. Y se perdió por el camino real, todavía enfangado.

ceyba@hotmail.com

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