Vida en la pradera que engulle etanol

<p>Vida en la pradera que engulle etanol</p>

Por TIMOTHY EGAN
BURLEY, Idaho — El manto de marrón invernal que cubre la alta planicie hace que esta área parezca particularmente deprimente en una tarde de febrero. Pero la naturaleza muerta puede ser engañosa.

Posteriormente este año, una compañía candiense, Iogen, anunciará si Idaho recibe lo que pudiera ser la primera planta comercial a gran escala en Estados Unidos para producir combustible de la paja. No etanol hecho de maíz, como las refinerías en más de un ciento de poblaciones más bien pequeñas que lo están haciendo ahora, sino etanol hecho del pasto de las praderas nativo, rastrojo de maíz, desechos del campo y virutas de madera.

Eso seguiría a un anuncio apenas el mes pasado de que una compañía cuyos inversionistas incluyen a Bill Gates planea abrir una planta de etanol basada en el maíz aquí en Burley, la más reciente en un auge de biorefinerías que están siendo situadas en algunas de las áreas más deprimidas de Estados Unidos.

Lo que está sucediendo aquí es una visión que muchos en el Estados Unidos rural ven como su salvación: el destilado de alto desempeño de campos ámbar de granos, y una “estación de pasto” en cada ciudad. Quizá sea una quimera. Podría drenar agua preciosa de los llanos áridos y producir menos energía de la que produzca.

Pero tiene el innegable poder de una idea en ascendencia.

En parte esto es porque la economía del etanol, a medida que crece ante nuestros ojos, está pareciendo menos como un Gran Plan financiado por los contribuyentes dominado por una sola corporación agroindustrial y más como algo que podría llevar empleos nuevos y control local al campo.

La visión de una industria del etanol descentralizada está tomando forma, no obstante una industria auxiliada por los beneficios fiscales y los mandatos gubernamentales. Ahora hay 113 plantas de etanol estadounidenses y 77 más en construcción, según la Asociación de Combustibles Renovables, el grupo comercial de la industria. La mayoría de ellas están justo en el centro de la Zona Agrícola, en condados que han estado perdiendo gente desde la Depresión.

Archer Daniels Midland, alguna vez la fuerza dominante, ha reducido su papel, controlando alrededor de 22 por ciento del mercado. Pero aproximadamente 40 por ciento de las nuevas biorefinerías son de propiedad local, lo que representa el sudor y capital de los agricultores, maestros de escuela retirados y banqueros de ciudades pequeñas.

Con el tipo de dinero de Wall Street y firmas inversoras ahora husmeando en las granjas, esto pudiera cambiar en un abrir y cerrar de ojos. Pero por ahora, en condados desolados con tiendas desoladas en Main Street, la gente ve un renacimiento. Ven una biorefinería cada 80 kilómetros, produciendo combustible estadounidense para conductores estadounidenses en base a cosechas estadounidenses,. Y, un vez que la tecnología pase del maíz a la celulosa (como se llama a los desechos del campo), ven al relleno esencial del espantapajaros del Mago de Oz proporcionando una economía sostenible que también ofrezca algunas respuestas al calentamiento global.

“Vamos a revitalizar al Estados Unidos rural”, dijo Read Smith, agricultor en el este del estado de Washington y co-presidente nacional de un grupo no lucrativo que trabaja con algunos de los mayores nombres en la política y la filantropía para hacer que la agricultura produzca 25 por ciento de las necesidades energéticas de la nación para el año 2025. “Vamos a retirar los tablones de los escaparates. Vamos a crear una industria de 700,000 millones de dólares anuales que no existe aquí hoy”

En lugares que no han sentido un nuevo impulso en décadas, la realidad ya está adelantando al sueño. Desde Benson, Minnesota, donde una refinería propiedad de un agricultor está produciendo etanol — y un vodka de primera calidad — mientras regresa más de 60 millones de dólares a cultivadores de maíz locales, hasta Shelby, Nueva York, donde una planeada biorefinería proporcionaría algunos de los primeros empleos nuevos en años, el Estados Unidos rural está extasiada por el etanol.

Este año, se espera que la nación produzca 6,000 millones de galones de etanol, principalmente del maíz. Eso sigue siendo apenas suficiente para reemplazar 4 por ciento del consumo de gasolina del país, pero está muy adelante del ritmo dictado por la Ley de Política Energética de 2005.

Varios miles de personas acudieron el verano pasado a la diminuta Laddonia, Misouri, para la inauguración de la cuarta planta de etanol del estado. Un letrero, que combinaba una imagen de maíz, una bomba de gasolina y la bandera, llevaba el lema que marca la marcha de la gente: “Nuestra Cosecha. Nuestro Combustible. Nuestro País”.

Con su llamado a un aumento obligatorio de cinco veces en los combustibles renovables en un plazo de 10 años, el Presidente George W. Bush en su discurso sobre el Estado de la Unión añadió su voz a la causa. Se le unió el senador Tom Harkin, demócrata de Iowa, presidente del Comité de Agricultura del Senado, quien dijo que quería usar el próximo proyecto de ley sobre el maíz para vigorizar al Estados Unidos rural. “Necesitamos pensar en grande y actuar agresivamente”, dijo Harkin. “Mi meta es aprobar un nuevo proyecto de ley sobre el maíz audaz que dé impulso a la transición hacia una mayor seguridad energética para la nación basada en energía renovable surgida de nuestras granjas y comunidades rurales”.

La estampida hacia los campos de maíz y más allá no carece de riesgos. Basta ver a los “sincombustibles”, el sueño de la era disco de producir compustible de rocas debajo de la corteza de las Rocky Mountains. Ese esfuerzo dejó abiertas heridas en las montañas, y poco resultado. O más atrás, estuvo el Tazón del Polvo, un resultado de un llamado del gobierno para arrancar el pasto de la pradera nativo y reemplazarlo con trigo. Cuando los precios del grano se desplomaron, la tierra se descamó y cubrió las llanuras de bruma.

E incluso en poblaciones pequeñas con una biorefinería que ha estado operando por algún tiempo, los nuevos empleos y el nuevo dinero no han sido suficientes para impedir que la gente se vaya. La Chippewa Valley Ethanol Co. en Benson produce 45 millones de galones de etanol al año, lo cual ha llevado a un renacimiento económico en una localidad con poco más de 3,000 habitantes.

La planta ha estado en operación por 10 años. Pero los jóvenes siguen alejándose de Benson. La ciudad y su condado circundante perdieron 5 por ciento de su población entre 2000 y 2005, según estimaciones del censo.

“Pero piense en lo que habría sido el drenado poblacional si Chippewa Valley no hubiera estado ahí”, dijo Matt Hartwig, portavoz de la Asociación de Combustible Renovable.

En realidad, el gerente general de la planta, Bill Lee, dijo que el hecho de que hubiera algo nuevo y excitante en una localidad agrícola a menudo frágil es algo de gran importancia. “En los 10 años que hemos estado aquí, ha habido un auge de vivienda, una remodelación del centro y la comunidad ha autorizado una nueva piscina”, dijo.

Hace 10 años, el etanol era una curiosidad, dominada por una compañía. Los altos precios del petróleo, exenciones fiscales y mandatos gubernamentales han creado finalmente una industria real, diversa y creciente.

Aunque parte del dinero se dirige al maíz y el salto al combustible producido de paja, los pequeños productores pueden competir en precio porque están muy cerca del producto, en su creación y su uso final, dicen.

“Hay un viejo dicho entre los agricultores que es que si se puede ver el granero desde el campo, uno puede permitirse lo que pone ahí”, dijo Chard Kruger, consultor que trabaja en agricultura amistosa con el clima en Washington State University.

Hay un límite a cuánto maíz puede ser convertido a combustible sin hacer mella en el suministro alimentario, y ese día no está distante, dicen agricultores. Los precios del maíz ya han aumentado considerablemente, causando que los ganaderos se quejen de los costos. Los manifestantes contra el aumento en el precio de la tortilla en México culpan de ello a la demanda de maíz por parte de los productores de etanol.

Otros dicen que les preocupa que en el apresuramiento por convertir maíz en combustible, las tierras reservadas a la fauna sean aradas, y todo el fertilizante y desecho de procesamiento usado sea de poca ayuda para reducir la temperatura del planeta.

También, en una época en que terratenientes millonarios reciben subsidios de seis cifras, hay temos de crear una nueva clase de agricultores de beneficencia enganchados.

“Hasta ahora, el auge del etanol ha sido positivo”, dijo Chuck Hassebrook, director ejecutivo del Centro para Asuntos Rurales, un grupo de investigación no lucrativo en Nebraska. “Pero los incentivos gubernamentales deberían vincularse a la promoción de la propiedad local y producir el cultivo de una forma que sea ambientalmente sostenible.

El costo de convertir algo como la paja en etanol es más del doble que para el maíz, lo cual es una gran razón para que no haya abierto todavía ninguna planta celulósica. Sin embargo, si las fuerzas de mercado y la tecnología intervienen, la pradera pudiera estar salpicada de refinerías que operen totalmente con pasto o rastrojo en cinco u ocho años.

Y es ese sueño lo que mantiene a muchos agricultores interesados: como dueños de su parte de la pequeña planta de etanol en la pradera.

“He estado oyendo de este etanol durante 15 años, y parece que esta vez finalmente se ha materializado”, dijo Cloy Jones, quien cultiva 224 hectáreas aquí en la Llanura del Río Snake.

Sin embargo, quizá no sea suficiente para hacer regresar al Estados Unidos rural a sus días de gloria. Jones tiene nueve hijos, todos adultos. Ninguno trabaja en la granja.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas