Vida o muerte

Vida o muerte

Alguien ha dicho que es deber natural de todo cuanto existe el seguir existiendo. ¡Quién sabe si el autor de este pensamiento fue un físico, que pensaba en la inercia, esa propiedad de los cuerpos de permanecer en su estado de reposo o movimiento en tanto no se le aplique una fuerza que les obligue a cambiar! Desde el momento de la concepción el embrión lucha por convertirse en feto y este último se afana en abandonar el nido intrauterino para volverse un infante que respira y se alimenta fuera del vientre materno. 

Luego le sigue el niño que se transforma en adolescente para dar paso a una prolongada adultez que paulatinamente se entrega a una inevitable vejez,  la cual cierra el ciclo vital tras el fallecimiento. Nadie puede escapar a ese infalible designio de la madre naturaleza; cualquier intento por violar ese orden biológico termina en una fatal frustración. Aprender a llenar ese ciclo existencial en convivencia con el resto de nuestros semejantes es lo que se denomina vivir en sociedad.

Durante toda nuestra vida parece haber un paralelismo entre el desarrollo físico corporal y el de la mente, con la excepción del período de la senectud, cuando se produce un desfase en que el espíritu se siente con menos edad que su estructura anatómica. Esa incongruencia entre el Hardware y el software, como diría un experto en computadora, hace que periódicamente se generen fallas o colapsos emocionales responsables de ansiedades, depresiones, insomnio o letargo. Mantener un justo equilibrio en las distintas fases del individuo requiere de reeducación continua en todos los órdenes, así como de una tolerante comprensión amplia por parte del entorno social. Todo ente animal sin importar el sexo, ni la edad tiene necesidades básicas comunes entre las cuales se encuentran la alimentación, la respiración, circulación, excreción, movimiento y un espacio o hábitat.

 En la especie humana civilizada se adicionan otros requerimientos que incluyen la vivienda, educación, servicios de salud, transporte, empleo y modos de entretenimiento, entre otros. En el mundo desarrollado, los países ricos cuentan con suficientes recursos para asegurar a la mayoría de sus ciudadanos la posesión y disfrute de todos estos bienes y servicios. Por ende, la población de este primer mundo mantiene niveles óptimos de salud y muestran una longevidad cercana a los noventa años.

En cambio, en las naciones tercermundistas, amplios sectores están perennemente sumidos en un ambiente de estrecheces y limitantes que reducen la calidad y cantidad de vida, en una magnitud tal, que mucha gente no llega a los setenta años sin recibir la visita prematura de la indeseable muerte.

¿Sabía usted que el ochenta por ciento de los bienes y servicios que genera la humanidad son propiedad de menos de un veinte por ciento de la población? ¿Está usted enterado de que más de las tres cuartas partes de los habitantes del mundo tiene que conformarse con recibir solamente el veinte por ciento de las riquezas y bienes que genera la humanidad?

Si anhelamos a vivir más y mejor no solamente debemos aumentar la producción de bienes y servicios, sino que se requiere de una repartición más justa y equitativa de los mismos. ¡Asunto de vida o muerte!

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