Fuera de meros cumplidos, muchos de ellos insinceros y protocolares, la dimensión que ha tenido una vida a su término terrenal se manifiesta con las sentidas y auténticas expresiones de personas que conocieron al extinto de forma directa o que apreciaron la repercusión que su comportamiento tuvo en el escenario de un pueblo o de una nación.
Algunos utilizan los cumplidos como fórmulas convenientes de ocasión sin sentir de verdad lo que expresan, pero a veces son tan hábiles en la representación teatral que tienden a confundir al receptor de sus falsificaciones, presentándolas como verdaderas expresiones de sus sentimientos.
Aun en estudiados casos de histrionismo, siempre hay forma de advertir cuando detrás del papel hay inconsistencia o falsedad. En cambio, las manifestaciones espontáneas o legítimas tienen un rasgo inconfundible y, por ende, son las únicas que merecen valoración, aprecio y reconocimiento.
Afortunadamente, han sido estas últimas expresiones las que desde diferentes sectores de la sociedad dominicana han servido de marco para, además de condolencias formales por el fallecimiento del empresario, político, escritor y académico José Rafael Abinader Wassaf, ponderar su dilatada carrera en la vida pública y privada.
Entre los diferentes aspectos y matices que se han destacado, hay notables coincidencias en cuanto a la verticalidad con que habló y actuó en diferentes etapas de su vida, siempre de forma responsable y en consonancia con sus convicciones y en defensa de la democracia, de las libertades públicas y del derecho del pueblo dominicano a vivir en un ambiente de respeto y convivencia armónica. En la actividad política nunca se comportó como una vedete buscando resonancia, pero ésta vino necesariamente por su forma de actuar, fijando posiciones con firmeza en determinados momentos sin caer en la diatriba que penosamente vemos con tanta frecuencia en la deslucida oratoria de algunos dirigentes que aspiran a ser líderes nacionales.
Como legislador se distinguió por apoyar iniciativas que de alguna manera beneficiaran a la colectividad nacional y cuando el voto popular no le favoreció en su aspiración de ser senador por su natal Santiago de los Caballeros, supo asimilar con hidalguía ese episodio para seguir adelante en lo que sería un largo y bien ganado trabajo empresarial.
Cuando se formó el PRM se reactivó en la política y apoyó a su hijo Luis Abinader.
Su vocación por el servicio y la enseñanza, expresado en libros y artículos de opinión no se quedarían en simples enunciados que se disiparían con el tiempo e imbuido de la idea de que la educación y el conocimiento eran formidables instrumentos para el desarrollo de una nación, creó la Universidad 0 & M, que dirigió con el cariño que se dedica a un hijo y en la cual volcó sus sueños de impulsar la prosperidad compartida.
Como visionario gerente que entendía la necesidad de delegar funciones, cuando lo consideró pertinente dejó en manos de su hijo José Abinader Corona la rectoría de la academia, pero nunca dejó de darle seguimiento y ésta siguió nutriéndose de los sabios consejos de un hombre dotado de una gran experiencia en diferentes órdenes, un activo invaluable proporcionado por la universidad de la vida y que no suple ninguna cátedra.
La academia que cristalizó parte importante de su sueño de realizaciones le rindió un merecido tributo póstumo a su fundador y presidente del Consejo Docente. Lo propio hizo el Congreso Nacional, donde se ponderó su contribución a valores y principios fundamentales.
Dada su experiencia en el manejo de las finanzas públicas, posición de la que salió indemne, según se le ha reconocido. Abinader dedicó parte de sus escritos literarios a una recopilación analítica de un tema que es materia de preocupación global, al publicar un libro sobre la corrupción administrativa en América Latina. El tema de la sociedad bajo escrutinio no faltaría y tampoco la sensibilidad hacia la poesía. Se ha cerrado una vida, pero queda un gran legado.