La tasa de mortalidad en los primeros 28 días posteriores al alumbramiento en República Dominicana cierra el año 2021 elevándose hasta cerca del 33%, una marca que supera incluso las de otros países de menor desarrollo y a considerable distancia de las condiciones óptimas con las que naciones de instituciones que funcionan reciben y preservan la existencia de seres humanos.
En algunos aspectos este es un país de mucha espuma y poco chocolate que no cesa de vanagloriarse porque resurge el turismo y crecen las zonas francas aunque las loas a quienes se pregonan «colosos» del progreso tienden a superarlas en dimensión.
Lanza vivas al Gobierno porque construyó una vía paralela al río Ozama; que también -¡oh ironía!- corre pareja a la inmensa miseria que por allí bordea lo fluvial y sería preferible no nacer.
Morir con tan pocos días de respirar en este valle de lágrimas ocurre la mayoría de las veces a pesar de las cunas acolchadas, tibias sábanas, sueros, termómetros y madres de abundante lactancia pero de escasa instrucción por lo poco que enseñan las escuelas en el marco de fallas estructurales que no encajan en la sonada modernidad.
A la guadaña le abre puerta la baja calidad de la atención obstétrica y de otros seguimientos a recién nacidos que prescribe la ciencia que, bien cultivada en las universidades, escuelas de enfermería y centros estatales de entrenamiento, debe aportar al país profesionales y demás servidores competentes y comprometidos.
La ineficiencia en ciertas áreas del país mata silenciosamente
La vulnerabilidad en la fase neonatal es un desafío al sistema de salud
Retrasos en la rehabilitación de hospitales cuestan vidas