Vidas paralelas con muertes similares

Vidas paralelas con muertes similares

Retumban en mis oídos aquellos inmortales versos del puertorriqueño Juan Antonio Corretjer, los cuales dicen: “En la vida todo es ir/ a lo que el tiempo deshace/ Sabe el hombre donde nace/ y no dónde va a morir”. Por mi parte, luego de examinar miles de cuerpos inertes me asombra el contraste entre las pocas modalidades de nacer y la infinidad de maneras de morir con que cuenta la especie humana.

Aprovecho la ocasión para referirme a dos adultos maduros nacidos y criados, uno en el extremo sur del viejo continente europeo y el otro en la parte oriental de la Hispaniola.

Quien hubiera pensado que esas dos personas sin conocerse, registrarían los últimos suspiros en un mismo territorio, la legendaria Santo Domingo de Guzmán, puerta de entrada a la América colombina. Hay varias cosas en común entre los infortunados. Edad por encima de los cincuenta años, género masculino, hábito tóxico, hipertensos de larga duración y grupo social de capa media. Un día antes del fallecimiento ambos se quejaron de dolor de pecho.

El italiano con 66 años y siendo un conocido fumador se adelantó 48 horas a su compañero de infortunio; pudo ser atendido a tiempo en un centro médico de reconocida alta calidad de servicio. Fue diagnosticado en vida con una grave rotura de la arteria aorta en su nacimiento, enfermedad conocida como aneurisma disecante de la aorta.

Se le planteó a la familia como única opción de supervivencia una riesgosa cirugía de corazón abierto con circulación extracorpórea para la colocación de una válvula aórtica metálica y una prótesis sintética del segmento arterial afectado.

La tardanza en la decisión familiar contribuyó a que el paciente no pudiera abandonar el quirófano con vida, muy a pesar del titánico esfuerzo de los cirujanos cardiovasculares. La suerte del criollo no pudo ser peor. Aunque su malestar arrancó 24 horas más tarde que el del italiano, el dominicano de 52 años, hipertenso y discípulo de Baco fue conducido a otro centro asistencial de menor calidad. Llegó quejándose de un fuerte dolor de pecho que se irradiaba a la espalda.

Quienes le atendieron tuvieron la impresión diagnóstica de que se trataba de un síndrome de pared torácica, probablemente una neuralgia intercostal, en un enfermo con intoxicación alcohólica aguda. Fue despachado a su casa, a donde supuestamente dormiría su borrachera.

Desgraciadamente, más que dormir su aparente exceso etanólico, el paciente se quejó de un empeoramiento del dolor precordial, sufriendo desmayo y pérdida de la consciencia. De nuevo lo trasladaron a la emergencia de la clínica donde llegó sin signos vitales por lo que fue declarado muerto.

Examen post mortem mostró un enorme sangrado alrededor del corazón producto de una rotura de la arteria aorta que no fue detectada a tiempo para ser manejada apropiadamente.

Dos finales catastróficos y fatales con diagnósticos similares, con la diferencia de que, en uno se trató de salvar al paciente, mientras que en el otro la decisión de enviarlo equivocadamente a la casa no pudo ser más desacertada. Concuerdo con Corretjer en que “Sabe el hombre donde nace”, pero agrego: que también ignora cómo, ni de qué va a morir.

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