Vieja guardia del PSP y Río Piedras

Vieja guardia del PSP y Río Piedras

FABIO RAFAEL FIALLO
En el artículo precedente mencionábamos que el curso que tomaron los acontecimientos políticos en nuestro país a raíz de la Revolución de Abril no correspondió en lo más mínimo a las expectativas de los partidarios del retorno de Bosch al poder: triunfo de Joaquín Balaguer en las elecciones de 1966 y hegemonía de éste en la vida política dominicana durante varias décadas. Nos preguntábamos luego si a fin de cuentas, a la luz de los resultados obtenidos, la estrategia propuesta por la vieja guardia del PSP para salir del Triunvirato, es decir, aprovechar la promesa de elecciones formuladas por dicho Triunvirato y explotar de esa forma el descontento popular, no hubiera sido más productiva o menos onerosa, desde una perspectiva de izquierda y para la democracia dominicana en general, que la opción político-militar inherente al Pacto de Río Piedras.

Al fin de avanzar en la respuesta a esa cuestión, pasemos revista a las objeciones que los defensores de la estrategia de Río Piedras podrían hacerle retrospectivamente al enfoque de la vieja guardia del PSP.

Primera objeción: según los sustentadores de la estrategia de Río Piedras, las elecciones prometidas por el Triunvirato no eran sino una burda farsa destinada a ganar tiempo; aceptar participar en las mismas hubiera equivalido a hacerle el juego a un gobierno espurio fruto de un golpe de Estado reaccionario. Respuesta: lo que la vieja guardia del PSP planteaba no era tomar dócilmente en dichas elecciones, sino aprovechar el atolladero en el que se encontraba el Triunvirato, y la promesa de éste de convocar a elecciones, para acentuar la presión popular con vistas a un cambio de régimen. Una vez iniciado el proceso electoral, le hubiera resultado prácticamente imposible al Triunvirato acallar los reclamos populares.

Segunda objeción: Estados Unidos no tuvo reparo alguno en lanzar sus marines, antes incluso de obtener el aval de la OEA, contra un alzamiento militar como el del 24 de abril; con mayor razón, y más fácilmente, habría sofocado un movimiento no armado de contestación. Respuesta: una intervención militar de Estados Unidos con el objeto de aplastar una oleada de huelgas y manifestaciones populares pacíficas a nivel nacional hubiera sido mucho más difícil de llevar a cabo, y sobre todo de justificar ante la opinión pública y los foros internacionales, y ante el Congreso de aquel país, que el envío de una fuerza multinacional con el pretexto de preservar las vidas de ciudadanos norteamericanos que residían o se encontraban en el país y separar tropas beligerantes en el perímetro de la ciudad capital.

Tercera objeción: el presidente del Triunvirato, Donald Reid Cabral, no tenía la mínima intención de permitir a Bosch y a Balaguer presentarse a unos comicios pues entendía que podría perder frente a uno u otro de los dos ex presidentes; de nada hubiera servido, en esas circunstancias, tratar de explotar la coyuntura política que abriría un proceso electoral. Respuesta: la presión popular hubiera podido obligar al Triunvirato a aceptar el regreso de ambos políticos, pues de lo contrario las elecciones no hubieran proporcionado la legitimidad que tanta falta hacía al gobierno de entonces.

Vale la pena mencionar lo que declaró a este respecto el ex triunviro Ramón Cáceres Troncoso al historiador Bernardo Vega, y que éste relata en su libro Cómo los americanos ayudaron a colocar a Balaguer en el poder en 1966 (p. 82). Cáceres Troncoso afirma ahí que él y Reid Cabral eran conscientes de que sin la participación de Bosch y Balaguer en las elecciones prometidas, «hubiésemos tenido un gobierno con un apoyo tan precario como el que teníamos nosotros».

Era precisamente porque Bosch descartaba a priori participar en nuevas elecciones por lo que el PRD y los partidos que actuaban mancomunadamente con éste se abstuvieron de canalizar el descontento popular hacia el objetivo de lograr nuevas elecciones libres, representativas e imparciales como lo reclamaba la vieja guardia del PSP y la línea Miolán-Casimiro Castro-Mainardi Reyna dentro del PRD. Dada la creciente fragilidad política en que se encontraba el Triunvirato, le hubiera sido prácticamente imposible al mismo ignorar una fuerte presión popular en pro de nuevas elecciones libres. Pero esa movilización no tuvo lugar porque los sectores más influyentes de la oposición al Triunvirato habían ya optado por la vía del contragolpe militar.

Sea lo que fuere, no se trataba necesariamente de participar en hipotéticas elecciones (si éstas hubiesen sido truncadas), sino de aprovechar al máximo la coyuntura que hubiera podido crear un proceso electoral, para canalizar el descontento que reinaba en esos tiempos a través de la movilización no violenta de la población y acrecentar así la posibilidad de un cambio de régimen en el país.

Cuarta objeción: en el caso hipotético de que el Triunvirato hubiese finalmente permitido, a causa de la presión pública, la entrada de Bosch y Balaguer y la participación de ambos en las elecciones prometidas, y si éstas se hubiesen llevado a cabo sin fraude ni restricciones, Bosch no hubiese sacado beneficio político de las mismas, pues ahora se sabe que sondeos efectuados por la CIA en esos momentos (véase Bernardo Vega, Cómo los americanos ayudaron a colocar a Balaguer en el poder en 1966, p. 97) daban ganador a Balaguer. Más valía pues, para Bosch y sus partidarios, tomar el poder por medio de un cuartelazo revolucionario en vez de participar en unas elecciones que, según aquellos sondeos, iba a perder.

Respuesta. Ahí llegamos tal vez al meollo de la cuestión. Es totalmente cierto que de concurrir a nuevas elecciones, el Profesor no hubiera podido contar con el apoyo político y electoral de la maquinaria trujillista, a diferencia de lo que ocurrió en 1962 gracias a su «Borrón y cuenta nueva», pues en los nuevos comicios él tendría que lidiar con el candidato natural de los trujillistas, Joaquín Balaguer. La partida hubiera sido por tanto mucho más difícil de ganar que en 1962; de ahí que la opción del cuartelazo revolucionario hubiese parecido a Bosch y sus partidarios menos arriesgada que el tomar parte en nuevos comicios.

A pesar de ello, la partida no estaba necesariamente perdida para él. Los sondeos no son sino fotografías estáticas del estado de la opinión pública en instantes determinados; no reflejan una situación irreversible y no dicen nada sobre la evolución futura de la opinión pública. Una campaña electoral siempre puede invertir (se ha visto tantas veces) las estimaciones de los sondeos realizados antes o al inicio de la misma. En segundo lugar, el PRD de Bosch hubiera participado en esas elecciones sin el handicap, que luego fue el suyo, de ser percibido por vastos sectores de la población como el partido cuyo candidato había provocado una guerra fratricida.

Más importante aún, suponiendo que Balaguer hubiese ganado a final de cuentas aquellas elecciones, le habrían resultado más difícil ejercer el poder de la forma autocrática y abusiva como lo hizo tras su victoria en 1966, pues las izquierdas no hubieran estado diezmadas como lo fueron después de la Revolución de Abril ni los militares simpatizantes de Bosch hubieran tenido que abandonar, como lo hicieron después de la contienda de abril, sus puestos y su poder dentro de las fuerzas armadas.

Quinta objeción: quienes perpetraron el funesto golpe de Estado de septiembre de 1963 no respetaron el veredicto de las urnas en aquella ocasión; ¿por qué habrían ellos de acatar en 1965 el resultado de las elecciones prometidas por el Triunvirato si las mismas hubiesen sido favorables a Juan Bosch? Respuesta: los dos casos habrían sido diferentes. En 1965, ya había tenido lugar la experiencia del golpe de 1963, ya se sabía que el mismo condujo a la formación de un Triunvirato cuya falta de legitimidad había desembocado en una situación políticamente insostenible. En las nuevas circunstancias, frente a una fuerte movilización popular (implícita en la tesis de la vieja guardia del PSP), y sabiendo que el golpe de Estado había conducido a un callejón sin salida, la jerarquía militar habría estado mucho más renuente que en 1963 a lanzarse en un aventura golpista. ¿Y qué mejor prueba de la dificultad que habría tenido la jerarquía militar para oponerse a un nuevo veredicto de las urnas que el hecho de que ya en esos tiempos los militares se encontraban divididos, algunos conspirando en contra del Triunvirato?

Sexta objeción: el caso de Salvador Allende en Chile demuestra hasta la saciedad que los Estados Unidos impedirían por todos los medios las reformas sociales profundas en cualquier país de América Latina; por consiguiente, de nada le hubiera servido a Bosch concurrir a las elecciones que el Triunvirato prometía. En Santo Domingo, en resumen, la opción armada con respaldo popular era el único medio políticamente viable para llevar a cabo reformas de cierta envergadura, y eso fue lo que se intentó con la insurrección de abril. Respuesta: esa argumentación se aplica, con mayor fundamento aún, a las elecciones de 1966, que tuvieron lugar con la presencia de tropas americanas en el país; y sin embargo, Bosch aceptó participar en las mismas.

Detengámonos un instante en este punto. Algunos partidarios de Bosch han aducido a este respecto, para explicar retrospectivamente la derrota electoral de su líder, que los norteamericanos jamás hubieran permitido en 1966 comicios imparciales y representativos en los que Bosch hubiese podido triunfar. Cabría preguntarse entonces: ¿Para qué participar en ese caso en aquellos comicios si se sabía que los norteamericanos, cuyas tropas se encontraban en esos momentos en nuestro suelo, jamás hubieran permitido la victoria electoral de Bosch? ¿Para legitimar un fraude y por ende el triunfo de Balaguer y la instauración de un régimen apoyado por Estados Unidos? Peor aun, ¿No sería una burla a los cientos de miles de dominicanos a quienes en 1966 el PRD les hizo creer en el triunfo posible de su candidato, y a los miles de militantes perredeístas que tomaron parte activa, corriendo riesgos innegables, en aquella campaña electoral para que Bosch ganara, decir hoy que el corajudo esfuerzo de toda esa gente estaba de antemano abocado al fracaso pues los dirigentes de la campaña electoral e incluso el propio Bosch sabían desde un inicio que el imperio del Norte jamás hubiera permitido un triunfo de su líder?

De todo esto surge una pregunta interesante: ¿Por qué Bosch, después de haber rechazado el principio mismo de elecciones bajo el Triunvirato, acepta concurrir a las que se organizan en 1966 bajo la presencia de tropas americanas? Nos ocuparemos próximamente de esa cuestión antes de ofrecer nuestras conclusiones sobre la estrategia que había sido propuesta efímeramente por vieja guardia del PSP.

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