Vieja teología digital

Vieja teología digital

Los descreídos de todos los tiempos afirman que la teología es el arte de dar vueltas alrededor de la idea de Dios. Una tarea circular de la imaginación que no arriba jamás a ninguna conclusión firme. No hay modo de “probar” que existe Dios; ni tampoco es posible establecer, por medios estrictamente lógicos, que no existe. Para esos descreídos Dios no es una realidad operante sino un producto de nuestra imaginación. Los teólogos tradicionales atribuyeron a Dios la capacidad de revelarse –así San Agustín-; pero San Anselmo opinaba que para encontrar a Dios había que buscarle. Se revela él, pero tenemos que querer encontrarle. La fe requiere del intelecto y de la voluntad.

Los viejos teólogos distinguían, tajantemente, entre la razón y la fe. A Dios se llega, según Duns Scoto, por obra de la “credibilia”. Otros teólogos posteriores intentaron atrapar conceptualmente a Dios mediante razonamientos. Suponían que debíamos “reforzar” la fe a través de la inteligencia. Por ese camino, aunque Dios no se revelara en su integridad, por lo menos alcanzábamos a “comprender” un pedazo de Dios; el trozo de Dios accesible a la inteligencia. A partir de Santo Tomás la teología dejó de ser “arte de dar vueltas” imaginativamente; se convirtió en una técnica de “acoso” racional.

Desde entonces nos tomamos la libertad de suponer que conocemos la voluntad de Dios; o los sentimientos de Dios. Decimos que Dios quiere que seamos más generosos; también aseguramos que Dios nos ama. A una entidad escondida le atribuimos sentimientos y propósitos que brotan de nosotros. La teología, entonces, podría ser “digital” en sentido computacional; es un esfuerzo binario por establecer nuestra relación con Dios; entre los hombres y este universo inexplicable, que parece estar expandiéndose y recreándose continuamente.

¿Las fuerzas gravitatorias, la cohesión molecular, la energía atómica, son ciegas o tienen dirección? ¿Y a los hombres, que rotan y circulan en la gran pelota terráquea, les espera algún “destino”, predeterminado en el horizonte universal de los eventos? Hombre y mundo constituyen la inextricable pareja en que se asienta toda reflexión: filosófica, teológica, científica. Tocamos con los dedos la piel del mundo-son “las pupilas íntimas del tacto”-; y con la inteligencia, también hemos procedido siempre “digitalmente”.

 

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