Viejo dilema: Mercado o Estado. Una respuesta

Viejo dilema: Mercado o Estado. Una respuesta

Un problema central del capitalismo ha sido el definir cuál debe ser su ente regulador: el mercado o el Estado. Este último siempre ha sido acusado de ineficiente e impertinente e incapaz de garantizar una adecuada distribución de los recursos y, por ende, el buen funcionamiento de la economía.

El primero ha sido siempre vendido como perfecto y el único capaz de garantizar una eficiente distribución de los recursos: virtud sacrosanta, se le debía permitir actuar sin regulación. El y sólo él, poseedor de la facultad incuestionable de hacer crecer la economía y asegurar un funcionamiento perfecto de la misma. El y sólo él podía preservar al desarrollo de la mano maldita del Estado.

Este no debía inmiscuirse ni siquiera para ejercer una cierta distribución de la riqueza. De los marginados se debía ocupar el propio mercado y en la medida que éste hiciese crecer la economía se beneficiaría la situación de aquellos, o al menos, de los que hubieran sobrevivido. No fue Marx desde su tumba, sino el Papa Juan Pablo II desde el Angelo, el que calificó ese escenario como “capitalismo salvaje”.

Cuando una economía regulada por el mercado – entiéndase bajo la ingeniería económica liberal o neoliberal, que es lo mismo en esencia – mostraba inconsistencia, o sea, caía en crisis, el argumento de los abogados del liberalismo era siempre el mismo: no se dejó actuar al mercado en plena libertad. Un ejemplo que enseguida me viene a la mente es el de Argentina en el 2001. Pero no es el único.

Hoy el mundo se encuentra, ciertamente, ante un panorama sombrío; viendo acercarse un período que posiblemente sea el más dramático en la historia de la economía reciente, y léase, mejor, como el efecto más brutal en un siglo.

Hasta ahora, todo se ha reducido a presenciar la caída de los valores en las bolsas y ello, para la mayor parte de los que presencian el espectáculo, no permite prever lo que se acerca. Para los tenedores de acciones devaluadas se trata ya de un drama espeluznante. Ciertamente, muchas economías no van a sufrir el embate financiero que arrolla al mundo desarrollado porque han forjado sistemas más controlados, pero sí van a sufrir el efecto de la recesión de la economía norteamericana. Ya se aceptó que en el tercer trimestre la economía decreció; ahora, de acuerdo con su metodología, cuando a finales de enero informen que hubo decrecimiento en el cuarto trimestre, entonces van a declarar, retroactivamente, que en el tercer trimestre ya estaban en recesión.

Todo el mundo recuerda la terrible crisis de la Gran Depresión del 1929 al 33. ¿Quién regulaba la economía en aquel entonces? ¡vaya casualidad! el mercado.

Mientras tanto, ¿a qué se tuvo que recurrir ahora?: a la entonces bendita mano del Estado.

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