Viento y fuego para la misión

Viento y fuego para la misión

Muchas discusiones religiosas son estériles. Sacamos más provecho, cuando podemos acercarnos al impacto social de una determinada fe.

Tal es el caso del cristianismo. Hay un salto cualitativo, desde aquel grupo de pescadores galileos atemorizados, a los millones de hombres y mujeres que llegaron a considerar a Jesús como el Mesías de Dios. En tiempos de Constantino, ya eran el 10% del Imperio Romano.

En las lecturas de hoy, solemnidad de Pentecostés, 50 días después de la Pascua, encontramos algunas respuestas.

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¿Qué transformó a aquellos hombres que salieron huyendo la noche en que cayó preso Jesús? Juan 20, 19 – 23 narra, como puede, un encuentro de aquellos hombres con el Cristo resucitado.

Mantenían las puertas cerradas por miedo a los judíos. Pero Jesús vence su miedo con la paz. Las puertas se abren. Al mostrarles las heridas de los clavos, les está mostrando que la fuerza de Dios es más fuerte que la violencia de los hombres.

Luego sopla sobre ellos su aliento diciéndoles: “reciban el Espíritu Santo”. Es decir, ahora ustedes tienen dentro de ustedes mismos el amor con que me ama el Padre y mi respuesta a ese amor. Es ese amor el que les permitirá perdonar y crear una vida nueva en cada persona que se arrepienta.

Jesús les envía de la misma manera en la que Él fue enviado.

La lectura de los Hechos de los Apóstoles 2, 1 – 11 nos explica otras dimensiones de la acción del Espíritu al interior de los creyentes. Es como el aliento creador que sobre volaba las aguas del caos originario en Génesis (1, 2). El Espíritu recrea todo. El fuego de Dios, ya no está en el monte Sinaí (Éxodo 19, 18), sino dentro de los corazones de los creyentes para amar como Dios ama.