Vientos de la desilusión

Vientos de la desilusión

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
henriquezcaolo@hotmail.com
– ¿Qué ha pasado con el doctor Ubrique? Acordamos reunirnos aquí a las diez y treinta. – Señor, he oído decir que la persona que busca ha sufrido una indisposición. – ¿Está enfermo? ¿Puedo llamar a su habitación? – Tendré que hablar con el director del servicio; espere un momento.

El hombre había entrado al lobby y caminado directamente hasta el mostrador de la recepción. De pie y un tanto nervioso, el periodista miró el reloj empotrado en el casillero de llaves. – Soy el director de turno; en qué puedo ayudarle. – Me han informado que el huésped que busco ha tenido un problema de salud. Es el doctor Ubrique, de la habitación catorce. – Verá usted, no se trata de una verdadera enfermedad. El huésped cayó al piso al salir del bar, muy tarde, anoche. Llamamos a un médico. Al examinarlo se comprobó que, sencillamente, había bebido demasiado. Tenemos el certificado en la caja para cubrir nuestra responsabilidad.

El joven de la recepción se acercó al director. – Él es el dominicano que habla con el húngaro todos los días, ahí afuera o en el salón de espera. – Sí, claro, ahora recuerdo que me dijo eso hace tres días. – ¿Puede informar si el huésped tiene algún pariente en la República Dominicana? – No lo creo; quizás el único individuo que él conoce en este país sea yo. – No se preocupe mucho, señor; está ahora en su cuarto; el médico dice que la respiración y el pulso son normales. Solo necesita dormir dos o tres horas. No tengo que decirlo, pero la verdad es que el hombre se emborrachó. Acompañé al médico y a dos camareros que lo levantaron para llevarlo a su cama. No hemos tocado la ropa, ni su valija. Lo único que hemos retenido es el pasaporte. El huésped iba todo el camino diciendo frases incoherentes, como si estuviese perturbado.

– Díganme qué cosas decía cuando lo encontraron en el suelo. – Bueno, el médico pudo escuchar más que yo, pues permaneció largo rato junto al huésped para observarlo y medir su presión arterial. Lo que oí fueron palabras sueltas: “la ciencia hizo la ballesta, hizo el arcabuz, el cañón; también la bomba; Dios creo a la hembra con nalgas y tetas”. Cuando lo cargamos entre todos, dijo: “no hay santo que no haya bailado, ni chulo que no haya rezado”. Todos reímos; simpatizamos con el borracho enseguida y lo tratamos con el mayor cuidado. Cuando lo acostamos, al quitarle los zapatos, abrió los ojos y soltó: “este mundo parece un turrón podrido”. Creímos que lo decía para nosotros y no para él. Lo entendimos perfectamente, a pesar de que tenía la lengua muy pesada.

– Entonces ustedes oyeron oraciones dispersas pero no incoherentes. – El médico podrá explicarle mejor que un servidor. Por momentos profería gruñidos, acompañados de palabras que no entendíamos de ninguna manera. Le cuento lo poco que logré descifrar. Sobre la cama había dos libretas de notas y un libro: el Diario de Goebbels. – ¿Alguna mujer lo acompañaba en el bar? – No, señor; estaba sólo. Parece que estuvo leyendo o escribiendo toda la noche; se presentó en el bar después de las doce. Había un trío de guitarristas cubanos.

– El doctor Ubrique es un hombre que toma todas las cosas en serio. Lleva la cuenta del “sentido” de los sucesos políticos, aunque a veces no tengan ningún sentido u orientación, ni propósito coherente. Él trata de encontrar orden hasta en una explosión insensata de viejos prejuicios. Un hombre así puede chocar repentinamente con la decepción. Los pueblos -todos los pueblos-, pero especialmente los pueblos pobres, no reflexionan sobre los errores políticos precedentes; prefieren repetirlos. Las noticias de los últimos meses le han conturbado el ánimo. Hubo hace poco disturbios en Los Ángeles porque la policía abusaba de las personas de raza negra; explotó un carro bomba frente a la Galería de los Oficios, en Florencia. La explosión dañó muchas pinturas del Renacimiento. En Nueva York también ocurrió un acto terrorista; colocaron una bomba en el World Trade Center. Las torres gemelas, afortunadamente, no parece que tengan grietas en su estructura; pero cinco  individuos murieron. A lo mejor Ubrique no podía dormir anoche y bajó a dar una vuelta, escuchó la música, ordenó la bebida y se excedió. Puede ser que esté deprimido, sacudido por los vientos de la desilusión. – No lo coja usted tan a pecho. Esta tarde él estará bien y todo continuará como de costumbre.

Santo Domingo, R. D., 1993.

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