El viernes 13 es tomado por diferentes culturas del mundo como el día de la mala suerte y alrededor suyo se tejieron un montón de historias y mitos que le dan vida a esta creencia.
El número 13 fue considerado de mal augurio desde tiempos remotos.
Por ejemplo, en la Última Cena de Jesucristo, trece fueron los comensales; la cábala enumera a 13 espíritus malignos; en la Biblia, en el Apocalipsis, este número habla del anticristo y de la bestia.
Asimismo, hay una leyenda escandinava que dice que en una cena de dioses en el Valhalla, Loki, el espíritu del mal, era el decimotercer invitado, mientras que en el tarot el 13 representa a la muerte.
Pero ¿cómo arrancó a tejerse esta creencia y cuáles fueron sus motivos?
La historia se remonta al 13 de octubre de 1307, cuando el gran maestre del Temple, Jacques de Molay y 138 hermanos fueron detenidos por orden del rey de Francia Felipe el Hermoso.
Allí se dio comienzo a una maldición que perdura hoy en día y a una de las leyendas más fascinantes.
Los monjes-guerreros, propietarios de castillos, tierras y monasterios por toda Europa y Tierra Santa y convertidos en los banqueros más fiables del Medievo, fueron desposeídos de sus bienes, humillados, torturados y finalmente ajusticiados con la complicidad del papa Clemente V.
Molay y sus lugartenientes, sorprendidos por traición cuando regresaban de los funerales de la cuñada del rey, la condesa de Valois, pasarían casi siete años en prisión antes de ser quemados en la hoguera.
La Torre del Homenaje en el castillo de Chinon, desde donde se otea el río Vienne, fue la cárcel de Molay y el escenario de un proceso judicial que aún sigue abierto para los historiadores.
En Chinon, sometido en la actualidad a una completa reconstrucción, los templarios aguardaron inútilmente a que el Papa de Aviñón los salvara de las acusaciones formuladas por el rey de Francia.
Ritos obscenos de iniciación, sodomía, adoración a un gato y escupir a la imagen de Cristo fueron los cargos presentados contra los templarios y que muchos de ellos reconocieron tras ser torturados.
La Iglesia, que no veía con buenos ojos la persecución desatada por el rey francés y conocía los «recursos» utilizados para que los reos se autoinculparan, exigió que a los templarios se les permitiera defenderse.
Pero los sucesivos procesos judiciales canónicos y civiles, como el llevado a cabo en Chinon por una comisión papal de tres cardenales, no sirvieron para exonerar a los caballeros, que dejaron en las paredes de su mazmorra unas inquietantes inscripciones, conocidas como los «grafiti de Chinon», donde aparece buena parte de la simbología templaria.
Los interrogatorios papales a los templarios en este castillo dieron como resultado su absolución por Clemente, según consta en un documento hallado en 2002 en los archivos secretos vaticanos.
El pergamino papal, fechado en Chinon en 1308 y que se puede consultar en la biblioteca vaticana, acogía nuevamente a los templarios bajo el manto de la Iglesia.
Sin embargo, la absolución papal no convenció a Felipe el Hermoso, que consiguió en 1312 que el Concilio de Vienne decretara en la práctica la disolución de la orden.
En todos esos años se sucedieron los interrogatorios, las confesiones bajo tortura, las retractaciones, los concilios y las bulas papales hasta que, finalmente, Molay y los suyos terminaron encerrados en la Casa del Temple, en París, dejados a la suerte de Felipe IV y de su valido Guillermo de Nogaret.
Tras ser enjuiciados en Notre Dame por una nueva comisión papal y condenados a cadena perpetua, Molay y Godofredo de Charnay, comendador de Normandía, se retractaron de sus confesiones de culpabilidad y, por ello, fueron conducidos a la hoguera, el 18 de marzo de 1314.
En la pira instalada en la isla de los judíos, en el Sena, mientras las llamas abrasaban su piel, Molay lanzó su maldición a quienes les habían conducido al cadalso: no tardarían más de un año en someterse al Juicio Final.
Y así fue: el Papa de Aviñón murió un mes y dos días después de las ejecuciones, Nogaret, en mayo y Felipe IV cayó desplomado el 29 de noviembre cuando cazaba por los bosques de Fontainebleau, a sólo ocho meses de la muerte de Molay. Su dinastía, la de los Capeto, desaparecería catorce años después.
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