Esta vez he sentido la necesidad de releer un libro corto y sustancioso acerca del periodo de prisión de Viktor Frankl, un sobreviviente del holocausto nazi. El autor es un neurólogo y psiquiatra austríaco, nacido en Viena el 26 de marzo 1905, quien fue contemporáneo de Sigmund Freud.
La obra a que hago referencia lleva como título en español El hombre en Busca de Sentido. Para el 1991 la versión castellano llevaba doce ediciones, el original y la traducción al inglés han sufrido cambios en el título vendiendo millones de copias.
¿A qué se debe el que un escrito tan pequeño haya alcanzado semejante resonancia en el mundo, a juzgar por las ediciones y la veintena de idiomas al que ha sido traducido? A nuestro humilde entender una obra trasciende las fronteras de una nación cuando su contenido refleja y aplica a todo el género humano y a varias épocas, convirtiéndose en un clásico.
En el libro expresa Frankl: El hombre tiene la peculiaridad de que no puede vivir si no mira al futuro: sub specie aeternitatis. Y esto constituye su salvación en los momentos más difíciles de su existencia, aún cuando a veces tenga que aplicarse a la tarea con sus cinco sentidos.
El prisionero que perdía la fe en el futuro estaba condenado.
Con la pérdida de la fe en el futuro perdía, asimismo, su sostén espiritual, se abandonaba y decaía y se convertía en el sujeto del aniquilamiento físico y mental. Nuestro autor hace alusión a esta frase célebre de Nietzsche Quien tiene algo por qué vivir es capaz de soportar cualquier como.
Hace referencia de Bismark cuando dijo: La vida es como visitar al dentista. Se piensa siempre que lo peor está por venir, cuando en realidad ya ha pasado.
He sentido la urgencia de volver a la primera página de la obra y no detenerme hasta agotar la número setenta y dos, a fin de utilizarla como zapata para el siguiente relato personal.
A comienzos de septiembre de 2004 viví un cuadro dantesco de podredumbre y mal olor con gusanos y moscas pululando por suelo, paredes y techo del edificio que alberga al Instituto Nacional de Patología Forense.
Los vecinos del lugar, desesperados por la escasa higiene ambiental, optaron por vender sus casas y mudarse del área. Con el apoyo decidido y oportuno del entonces Secretario de Salud Pública, Dr. Sabino Báez, el Cuerpo de Bomberos del Distrito Nacional y el Ayuntamiento conseguimos sanear aquella asquerosa morgue.
El primero de enero de 2005 aprovechamos las salutaciones de año nuevo para solicitarle personalmente al Jefe de Estado la construcción de una edificación Moderna con equipamiento acorde con los nuevos tiempos que permitiera practicar una medicina forense a la altura del siglo veintiuno en un mundo globalizado.
Ahora que la nano tecnología de imágenes tridimensionales y resonancia magnética hacen posible las autopsias sin bisturí, ni tener que abrir ni mutilar los cadáveres.
Esas virtopsias son todavía un sueño en la República Dominicana. Resuena en mis oídos el eco de las palabras del psiquiatra austríaco:
El Hombre tiene la peculiaridad de que no puede vivir si no mira al futuro. Lejos del holocausto escuchamos a todas horas en dominicana: Corregir lo que está mal y hacer lo que nunca se hizo. Aún me queda la esperanza futurista de adecentar la práctica forense y así servirle al pueblo, como nos lo inculcó Juan Bosch.