Vilipendioso y denigrante

Vilipendioso y denigrante

JOSÉ ANTONIO MARTÍNEZ ROJAS
En nuestro país, los que se dedican a las actividades políticas partidistas no asimilan el significado de la palabra «Política» que según la definición del diccionario de María Moliner es: «1 f. Arte y actividad de gobernar un país, así como conjunto de actividades relacionadas con la lucha por el acceso al gobierno. 2 Por extensión, habilidad o tacto en el manejo de los asuntos en que hay que tratar con gente. 3 Cortesía, o conducta correcta…».

Después de analizar la definición precedente, nos damos cuenta que en nuestro país lo que se practica es la politiquería en la cual se nota la ausencia de seriedad en las propuestas, ya que las mismas acusan una superficialidad en grado superlativo al querer tratar a sus conciudadanos como borregos o supinos que deben asimilar de manera sumisa, el discurso vano que predican.

Hemos observado con gran preocupación cómo candidatos a la Presidencia se dan a la práctica de repartir dinero, bebidas alcohólicas, fundas conteniendo alimentos, combustible y hasta aves y animales vivos creando un caos en los barrios marginales donde realizan esta deleznable operación que humilla al que recibe tal «donación» y que muchas veces han ocasionado lesiones a los que participan en el tumulto y hasta graves daños a vehículos estacionados a los cuales se suben sin miramiento para poder alcanzar el papel moneda que se lanza desde un helicóptero. Lo que al parecer los candidatos no han vislumbrado es que pueden ser demandados por los propietarios de los vehículos así dañados y tener que afrontar una indemnización que conllevaría un posible proceso judicial no conveniente al candidato.

En la Ley de Policía No. 4984 del año 1911 se establecía como una contravención «el arrojar monedas a las calles». Que sepamos, esta disposición no ha sido derogada. Entonces, debemos deducir, que si se aplica a monedas, con mayor razón debe incluir el papel moneda, ya que los mismos han originado empellones, injurias y lesiones, lo cual equivale a poner en práctica lo que hacían algunos «dadivosos» que lanzaban monedas «a la garata con puños» para solazarse con la trifulca que se arma entre los que se disputan las monedas.

Jugar con el dolor y la miseria ajena pretendiendo realizar actividades políticas carentes de inteligencia mediante la repartición de bienes que sólo paliarán el hambre por unos cuantos días, es desconocer la moral cristiana que para colmo es invocada por un candidato al utilizar su devoción a la Virgen de La Altagracia como un estandarte en sus aspiraciones presidenciales. Es una verdad de perogrullo, que no se puede mezclar la política con la religión. Esto queda muy claro y consignado en la Biblia cuando Jesús dijo «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios».

Creemos y sostenemos que en esta campaña electoral, que además de adelantada parece que será una de las más reñidas, debe sentarse el precedente de que los candidatos establezcan un pacto en el cual se comprometan a no seguir denigrando a sus conciudadanos con dádivas que resultan muy efímeras en resolver situaciones perentorias. En vez de gastar los dineros que graciosamente les suministra la Junta Central Electoral en propaganda electoral, deberían concentrarse en ejecutar algunas de las obras que han sido destruidas por la tormenta Noel. De seguro, realizar esa labor de carácter colectivo, les aportará un mayor caudal de votos que amainar momentáneamente el hambre de unos pocos.

Los candidatos deben recordar que el hecho de reunir una gran cantidad de personas cuando se reparte algún bien, no les garantiza que esos mismos ciudadanos votarán por ellos al momento de estar dentro de la caseta. Para muestra el eslogan que en el pasado se utilizó contra el presidente Balaguer, cuando en las reparticiones muchas exclamaban «le cojemos la fundita y no somos reformistas». Esa es una señal de que las consignas de campaña, aunque parezcan fútiles, deben ser analizadas, ya que como apuntábamos antes, el pueblo dominicano ha madurado lo suficiente para que la teoría del «gancho» del fenecido doctor Zaglul sea tomada muy en serio. Pongámosle un alto a la denigración y la humillación de una población digna de mejor suerte.

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