Cual si de una película de narcotraficantes se tratara, el caso de Villa Vásquez devela realidades propias de una ficción que no debía existir en la vida real. Sin embargo, cuando hablamos de la República Dominicana, de los agentes de la Dirección Nacional de Control de Drogas (DNCD) y de la justicia, ¿qué se puede esperar?
Siempre en tela de juicio, por aquello de que son capaces de cualquier cosa, las actuaciones de la DNCD y del Ministerio Público se traducen en dolores de cabeza y abusos. Por ello, no extraña que los exagentes de la dotación de Villa Vásquez y la exfiscalizadora Carmen Lisset Núñez hayan plantado drogas en la barbería de Ottoniel Gutiérrez Cruz, quien además denunció que no era la primera vez que esto sucedía.
La exfiscalizadora, que al parecer se libró de cualquier proceso en su contra porque renunció al cargo, parece que era reincidente en este tipo de prácticas. La gente del lugar solicita, incluso, que se revisen los casos de al menos 80 jóvenes que han sido apresados con drogas en Montecristi. Las autoridades, evidentemente, están obligadas a hacerlo.
Sobre los agentes, que fueron suspendidos e interrogados en la DNDC, es muy poco lo que se sabe porque en ese organismo el silencio es tradición. Esta investigación, ¿será como la de los piñeros muertos en el Mercado Nuevo el 25 de octubre del año pasado? ¿Habrá impunidad nuevamente? El vicealmirante Félix Alburquerque Comprés, presidente de la DNCD, debería respondernos.
Villa Vásquez es un grito, una alarma y un espejo. Nos dice, por enésima vez, que es mucho lo que hay que sanear en esta media isla. La justicia, claro, lo primero.