Villanos y villanías

Villanos y villanías

El director regional para América Latina y el Caribe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo-PNUD- Heraldo Muñoz, en la presentación del Informe Regional de Desarrollo Humano -2013 2014- expresa: “América Latina muestra hoy economías más fuertes e integradas, menos pobreza, democracias más consolidadas, Estados que han asumido mayores responsabilidades en la protección social.

El flanco débil de la región es la violencia, el crimen y la inseguridad.” Menciona los cambios en la estructura familiar, las deficiencias en el sistema escolar, el porte de armas, el consumo de alcohol, el tráfico de drogas, el crecimiento urbano desordenado, como causas que inciden en la inseguridad. Recomienda evitar la politización del problema y la firma de acuerdos nacionales para enfrentar la inseguridad.

El informe destaca que en la región hay más vigilantes privados que agentes de la policía. “Los agentes privados son los más armados del mundo y este fenómeno aumenta la desigualdad de la población para lidiar con el delito.” Con o sin descrédito, con seguridad privada o sin ella, cualquier actividad que pretenda lograr la “Seguridad ciudadana con rostro humano” necesita la policía. Brasil comenzó la batalla creando la Unidad de Policía Pacificadora. Su consigna: “la paz no se hace con fusil”, ha permitido la intervención de favelas tomadas hace décadas por el crimen.

En República Dominicana la premisa es demonizar la policía nacional-PN-, considerarla como única culpable de la inseguridad y la violencia. Cualquier jefe de la PN sabe que existen destacamentos donde el cabo cobra por conceder la libertad, agentes que dirigen bandas de sicarios y ladrones, capitanes que organizan viajes ilegales, coroneles traficantes de sustancias prohibidas y de personas. Reiterarlo es penitencia. También conoce la mancomunidad entre policías y prestantes representantes del ministerio público y del poder judicial.

Cuando algún oficial comenta la dejadez de jueces y miembros del ministerio público, la reacción es adversa. Vuelve la confusión, ese batiburrillo que reparte culpas como vítores de coliseo. No importan suspensiones, retiros, acusaciones, lo “políticamente correcto” es decir que debido a la capacidad delincuencial y de extorsión, los miembros de la institución son peligrosos, poco confiables.

El discurso cala. Los hechos justifican la sospecha. Ergo, se debe repetir que la policía es un atajo de criminales. Sin embargo, portaestandartes de la crítica, gozan de privilegios otorgados por esa cáfila que repudian. Cuentan con sargentos, mayores, que además de servirles como ayudantes domésticos, atenúan el miedo. Suman a sus rottweilers y pastores, dálmatas y pitbulls esos uniformados sin esperanza de ascenso, súbditos de la prepotencia y la caridad. Descargan su rabia contra la marginalidad hambrienta que pasea su asombro, fusil a cuestas, con la misión de proteger a una ciudadanía que le desprecia. Dispara. Mata. Obedece.

La misión le desborda. Reprenden a la PN pero desconocen que la inocencia huyó de los estrados. Hay métodos sofisticados para inclinar balanzas, redactar dictámenes y abrir o cerrar celdas. Están conscientes que no sólo es el poder político que influye en decisiones cruciales y cotidianas. Cada grupo corporativo tiene el mapa para llegar al lugar jurisdiccional adecuado. Hace rato que a los coroneles al servicio de particulares se sumaron jueces y fiscales complacientes.

Empero los portavoces que difunden que la PN es la única responsable de la inseguridad ciudadana, dueños de discursos impecables, partidarios de la eliminación de la entidad, creada en 1936, comparten con los oficiales que tienen rangos suficientes para matar sin sanción y disfrutar de reconocimiento social. Con ellos intercambian ideas y gustos. Mantienen un fariseísmo que asquea y cada vez influye más. Fungen como anfitriones de esa jerarquía oprobiosa. Disimulando, disfrutan el favor, exhiben salvoconductos que antes denunciaban cuando los concedía la grotesca canalla gris balaguerista. Sus pujos moralistas no alcanzan para suponer que ninguno de los comandantes puede, con su salario, vivir como vive. Para lograr la seguridad ciudadana hay que repartir responsabilidad. Más que condenar villanos, exterminar la villanía.

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