Vincho Castigo

Vincho Castigo

MANUEL E. GÓMEZ PIETERZ
El doctor Marino Vinicio Castillo es sin duda el más paradigmático, versátil y multiforme personaje de nuestra incipiente etapa pos electoral. Para quien escribe, es actualmente el factor más importante y valioso si del interés de la República se trata. Si fuese lógicamente posible reducir el conjunto «clase dirigente» con todos sus atributos a un solo individuo, él debería ser el escogido; porque encarna el estado de conciencia que debe poseer y reclamar una auténtica clase dirigente en medio de una tremenda crisis nacional.

En la pequeñez de su propio partido, estriba paradójicamente la fortaleza y consistencia de su accionar político porque es inmune a la voraz virulencia del clientelismo y la demagogia. Para el común de nuestra gente, Vincho enarbola y sostiene su mayor reclamo: ¡castigo para los corruptos prevaricadores!, que en exclusivo beneficio propio y de una claque de secuaces políticos, burlaron el soberano mandato del pueblo que los eligió, particularizaron los poderes públicos, convirtieron los bienes de la república en heredad del propio partido y, con su desgobierno e incontenible rapiña hundieron al país en la peor crisis de su historia republicana.

El gobierno actual, cuyo mandato se legítima en la masiva aprobación del electorado, debe sin embargo actuar cuidadosamente ajustado a una sensible ruta crítica determinada por lo que se nos ocurre llamar «efecto tiempo-expectativa»; que determinaría el momento en que la gente estaría dispuesta a tomar las cosas en sus manos y recurrir a la acción directa. Es el punto crucial en que la mayoría siente burlada su prioritoria y mayor expectativa. Tal efecto, evitó una anárquica corrida popular durante la desastrosa gestión de Hipólito Mejía, porque la expectativa del cambio electoral se percibía realizable en el muy corto plazo.

El PLD como partido «en» el gobierno, debe entender que la prioritaria expectativa del pueblo «hoy» es de índole fundamentalmente política: ejemplar y disuasivo castigo de los responsables de su miseria para que su abominable conducta «nunca jamás» puede intentarse. ¡Ni repetirse! Con lapso muy estrecho o simultáneo seguirían por rango estricto las prioridades económicas. Primero el castigo, y lo demás vendrán por añadidura en un espontáneo clima de cooperación. «Nunca jamás» que evoca como «leit motiv», la constante prédica del multifacético Vincho Castillo; para el gran pueblo y para nosotros (y con sólo cambiar una letra): Vincho Castigo.

Este es el tiempo de la justicia, de los jueces probos, y del castigo. Lo que se agregará como añadidura, es el espontáneo desvanecimiento como pompa del jabón expuesta al viento, de la criminal oleada de delincuencia montada por la perversa conspiración de los que perdieron. Es tiempo de reciedumbre, no de lenidad, ni de negociar lo innegociable. De reconocer que la impunidad de hoy es una letra de cambio a muy elevada tasa de interés expedida al delincuente de ayer para beneficiarse de su inevitable crimen futuro. Porque de impunidad se engorda el crimen y medra el criminal.

Cuando la gobernabilidad, la paz y la seguridad se vean gravemente amanezadas, el Estado está severa y peligrosamente cuestionado. En última instancia, Presidente Fernández tiene el legítimo poder para convocar al pueblo que lo eligió, motivar y declarar el «estado de emergencia nacional», y eventual y transitoriamente gobernar por decreto. Con ello, el Presiente y jefe del Estado habría simplemente cumplido con su ineludible deber e irrenunciable compromiso.

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